En blanco
JUVENAL SOTO Existes porque tu nombre está escrito en alguna parte, porque peroras desde alguna radio, porque tu rostro sonríe desde alguna foto, porque gesticulas desde una cadena de televisión. No importa que te entrometas así en los comedores de la gente de tu ciudad, de tu región, de tu país. El caso es que existes porque estás escrito, hablado, fotografiado, protagonizando una imagen en el televisor. En la historia sagrada de la democracia, las urnas son dioses de metacrilato que elevan a los seres humanos al Olimpo de los periódicos, las emisoras de radio y las cámaras de televisión; o los condenan al Averno del incógnito. Si hasta ahora fuiste un ciudadano de a pie, un pelón con amigos que leen los mismos editoriales que tú, que repiten contigo las frases de los mismos editoriales que ellos y tú leísteis, que comentan las imágenes idénticas que contemplasteis en el mismo telediario, que recitáis los versos iguales del único poema publicado por el suplemento cultural del último sábado, que se tronchan los tobillos en el bache de aquella calle por la que tú paseas, que pisan con la marca de tus zapatos la misma mierda de perro que tú pisas, que comen contigo y sus parejas y la tuya en el restaurante de siempre los mismos viernes por la noche, entonces tú puedes ser su candidato. Ellos, con la misma papeleta electoral que tú, podrán hacer de ti un dios de tu ayuntamiento y el suyo, o podrán condenarte a continuar vagando en pos de la divinidad con un periódico bajo el brazo, una emisora de radio memorizada en tu cadena hi-fi y un telediario de las nueve. Los mismos que tú lees, oyes y ves. Pero tú, como los dioses, también puedes ser infalible. Si Zeus o Jehová o Alá o las divinidades menores que cultivan cebollinos en las praderas del opium populi no hubiesen lanzado sus rayos sobre este mundo, tú ni siquiera estarías aquí; de modo que los dioses y las razones sociales que se arrebujan en el metacrilato de la democracia te están pidiendo que seas como ellos y votes. Puedes elegir -esa posibilidad es un tributo divino- entre quien más desprecias y quien más indiferencias, entre quien más te seduce y quien más deploras. Puedes elegir. Esa posibilidad divina te coloca sobre un pedestal en el que tú y tu tridente seréis Neptuno, tú y tus alas en las sandalias seréis Mercurio, tú y tu cuerpo de auriga de los caballos de Alejandro seréis Apolo. Puedes elegir y, como todos los dioses, meter la pata favoreciendo al que promete pero nunca cumplirá su promesa, al que jura pero sabe que está perjurando, al que te ofrece todo pero jamás ha de darte nada que no sea conveniente para él mismo. Todos ellos forman parte de una exclusiva razón social que en el fondo es la misma. Cuando vieron este mundo jorobado y cojo y ciego y leproso, los dioses de la inteligencia optaron por mirarlo y guardar silencio luciendo sus sonrisas de conejo contra los dioses que habían perpetrado tanta torpeza. También tú puedes ser un dios inteligente. Basta con que en la urna electoral deposites tu papeleta en blanco.
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