Del haloperidol a los rayos infrarrojos
El Gobierno, que inició su política de inmigración deportando a África a 103 irregulares, ensaya ahora blindar el Estrecho con la oposición de las ONG
Su padre tenía cinco vacas. Vendió dos y un trozo de tierra. Sólo así pudo pagarse Mustafá el viaje de Marruecos a España en una patera. Nunca olvidará aquella noche de verano.-Salimos de Tetuán al anochecer. No había luna, pero sí estrellas. A la mitad del Estrecho, con tanta agua y tanta oscuridad, pasé mucho miedo. No vimos ni una patrullera. Ya era de día cuando llegamos a Tarifa.
Mustafá H. y sus 16 compañeros de travesía tuvieron suerte. Otros -nunca nadie sabrá cuán-tos- se siguen ahogando de madrugada en el Estrecho o se desesperan junto a las alambradas de Ceuta y Melilla. El PP no encuentra la forma de atajar el problema. Nada más llegar al poder, durante 1996, la policía arrestó a 20.690 extranjeros sin papeles. Dos años después, la cifra se disparó hasta 40.710, el triple que en 1995. El Gobierno intentó expulsarlos, pero pronto comprendió que el proceso, además de costoso y complicado, podía rozar peligrosamente los derechos humanos. Lo comprobó en julio de 1996. El ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, ordenó que 103 inmigrantes irregulares confinados en Melilla fueran devueltos a África a bordo de aviones militares. Se les drogó con haloperidol para anular su voluntad, se les maniató con esposas de plástico y sus ojos fueron vendados. El vuelo de aquellos cinco aviones fue vergonzoso. Un enviado del Gobierno consiguió, a golpe de talonario, que cuatro países -Malí, Camerún, Senegal y Guinea Bissau- se hicieran cargo del cargamento humano. El presidente José María Aznar intentó justificar la acción: "Teníamos un problema y lo hemos solucionado". Pero el escándalo fue tal que, unos días después, Mayor Oreja debió reconocer con vergüenza el error: "No es el modelo a seguir".
-El viaje me costó 140.000 pesetas. La mitad las pagué en Tetuán y la otra mitad nada más llegar a Tarifa. Llevaba el dinero encima, pero me dio miedo darlo todo en Marruecos, no me fueran a dejar allí... o a tirarme de la patera en medio del mar.
De la experiencia de Mustafá -y de tantos otros que consiguieron pese a las dificultades cruzar el Estrecho-, el Gobierno aprendió que la presión migratoria es imparable. Nunca faltará quien esté dispuesto a vender dos vacas, un trozo de tierra, la dote de una hija o todos sus ahorros para pagarse un pasaje al primer mundo. Ya en 1996, la Guardia Civil interceptó 339 embarcaciones repletas de inmigrantes; en 1997 fueron 399; y en los seis primeros meses de 1998, otras 300. Ninguna de ellas era la de Mustafá ni las de los otros inmigrantes -marroquíes, argelinos, subsaharianos- que consiguieron cruzar sin ser vistos. Ayudados, la mayoría, por los traficantes de hombres.
-Hay mafias marroquíes y españolas. Todo está organizado. Allí en Marruecos había un hombre del que todos hablaban con respeto, casi con miedo. Un hombre grande, poderoso, al que no se le podía siquiera hablar, pero que tenía buenos contactos con la Gendarmería Real de Marruecos y con la Guardia Civil española. Mi padre habló con uno de aquellos intermediarios y consiguió mi pasaje a España. Tengo ocho hermanos, uno de ellos sordomudo, y no hay trabajo. Tenía que salir de Marruecos como fuese.
Ninguna valla, por alta que sea, puede frenar la ilusión de un continente por no morirse de hambre. Y aun sabiéndolo, el Gobierno pretende poner en marcha un plan muy costoso -25.000 millones de pesetas en cinco años- para intentar blindar el Estrecho con la tecnología más avanzada. Radares de larga distancia, cámaras térmicas, visores nocturnos, rayos infrarrojos y helicópteros de respuesta inmediata contra pateras cargadas de inmigrantes asustados. El proyecto -avanzado esta semana por el director general de la Guardia Civil, Santiago López Valdivielso- provocó de nuevo la voz de alarma entre las organizaciones humanitarias, aún no repuestas del susto del haloperidol. El presidente de Andalucía Acoge, José Luis Rodríguez Candela, le hace una pregunta difícil al Gobierno: "¿Por qué no se gasta este dinero cooperando al desarrollo de Marruecos y del resto del Magreb? Nunca será solución levantar más alambradas". José Ramón Ónega, director general de Política Interior, se defiende en nombre del Gobierno: "No queremos machacar a los inmigrantes. Sabemos que las vallas no son solución, pero España tiene la obligación de cuidar la frontera sur de Europa. Y además, ¿cuántas vidas de inmigrantes no han salvado las patrulleras de la Guardia Civil?".
Ayer mismo había 1.051 africanos en el campamento de refugiados de Ceuta, y otros 494 en el de Melilla. Pero la situación llegó a ser peor. En febrero de este año, se concentraron 1.916 en Ceuta y 570 en Melilla. El tapón que intentó plantar el Gobierno del PP en las ciudades españolas del norte de África -vallas de miles de millones, patrullas de la Guardia Civil y dos cañones de luz inaugurados esta semana para iluminar el perímetro fronterizo de Ceuta - no sólo no consigue frenar la avalancha, sino que a veces amenaza con explotar. Así que el Gobierno, merced a un convenio con las ONG, está trasladando a la Península grupos de inmigrantes a puñados. 6.039 desde octubre de 1996 hasta hoy. Ellos y los que, como Mustafá, se jugaron la vida en una patera o escondidos entre los ejes de un camión, tienen ahora una segunda oportunidad, la de probar suerte en la orilla rica del Estrecho.
-Tengo 27 años y siempre trabajé como agricultor. Trabajé en las cosechas de trigo, de habas, de tomates, de patatas, pero no salía de la miseria. Me tuve que venir.
Vivir al relente
Al llegar a Tarifa, Mustafá H. creyó -con la euforia de la hazaña conseguida- que su viaje había terminado. No tardó mucho en comprobar que aún le faltaba mucho camino por recorrer, muchas preguntas sin respuesta: ¿dónde vivir? ¿dónde trabajar? ¿dónde pasar la noche?-Al principio viví en chabolas. Me dijeron: tienes que dormir con un ojo despierto, por si llega la policía. Más de una noche nos tocó salir corriendo en medio del sueño. No era cuestión de dejarse coger. Siempre conseguí escapar. Nunca fuí detenido.
Éste es, precisamente, uno de los mayores problemas de los trabajadores inmigrantes: la dificultad para conseguir una vivienda digna. "Tienen que vivir en chabolas, en cortijos semiderruidos, donde buenamente van pudiendo", dice José Luis Rodríguez Candela, presidente de Andalucía Acoge. "¿Qué podemos hacer nosotros?", se pregunta, "¿con los 40 millones de pesetas que tenemos al año para viviendas?". Rodríguez Candela cree que "el Gobierno debería montar una red de albergues para trabajadores temporeros y, además, dar beneficios fiscales a los empresarios que les faciliten alojamiento".
Unos empresarios que, a veces, se aprovechan de la precariedad que sufren los inmigrantes recién llegados. Mustafá también sabe de eso.
-Me fueron haciendo contratos de meses hasta que un día el patrón me dio a firmar un papel. Lo firmé sin rechistar. Se lo llevé a los compañeros de Atime (la asociación de trabajadores marroquíes) y me dijeron: ¡qué has hecho, lo que has firmado es tu despido! Ahora trabajo una semana aquí, una semana allá...
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