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Decisión razonable

El presidente del Gobierno, José María Aznar, de acuerdo con sus aliados parlamentarios, ha decidido que el llamado debate sobre el estado de la Nación se celebre tras las elecciones del 13 de junio, a fin de evitar la "contaminación electoral" del mismo. No se acaba de entender muy bien el argumento. Los debates en democracia tienen razón de ser como instrumentos de formación de la opinión pública, a fin de que los ciudadanos, en los que reside la titularidad de la soberanía nacional, puedan ejercerla de la manera más eficaz posible. Pero así ha sido. De opinión completamente distinta ha sido el presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, que ha decidido celebrar el debate anual sobre el estado de la Comunidad esta misma semana, inmediatamente antes de que se abriera oficialmente la campaña electoral. Creo que ha sido una decisión razonable. En primer lugar, por higiene democrática. Los debates tienen sentido siempre, pero, sobre todo, antes de unas elecciones. Entre otras razones porque se pone a disposición de los partidos de la oposición un amplificador para que su voz llegue con más intensidad y nitidez a los electores. El debate preelectoral es una señal de "juego limpio". En segundo lugar, porque nos ha permitido visualizar la diferencia entre la situación política de la comunidad autónoma en estos momentos respecto de la de nuestro inmediato pasado. Los debates sobre el estado de la comunidad de estos últimos años no habían sido debates propiamente políticos, sino una sucesión de monólogos cargados de insultos, dignos de figurar en las páginas de sucesos de los medios de comunicación más que en las de información política. Y no me refiero sólo a los del bienio negro, sino a prácticamente todos los de la década. Éste ha sido el primer debate en muchos años en el que ha habido una confrontación política dura, pero en el que no ha habido insultos, sino que se ha hablado de los problemas y de los proyectos para Andalucía y en el que se ha podido llegar incluso a consensuar determinadas resoluciones. Sin duda, la sustitución del portavoz parlamentario del PP ha podido contribuir a que se haya desarrollado así. La inercia opera en la política como en casi todo. La imagen del PP como partido de oposición en Andalucía estaba muy marcada por el estilo Arenas, del que su sucesor parlamentario, Manuel Atencia, no había sabido desmarcarse. El cambio de personas, independientemente de la valoración política de cada una de ellas, era posiblemente indispensable para que el Gobierno y el primer partido de la oposición pudieran dialogar en el Parlamento. Con la dirección anterior del PP era sencillamente imposible. Tal vez sería oportuno que IU pensara también en una renovación. El tiempo político andaluz no es que esté cambiando, es que ha cambiado. Más que el español. Y para bien. El sistema político parece haberse adaptado al "reparto de poder" autonómico y municipal que se inició con las elecciones de 1995 y que, más o menos, puede reeditarse en éstas de 1999.JAVIER PÉREZ ROYO

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