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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Candente Cachemira

LAS NIEVES de Cachemira, en los Himalayas, entierran cada primavera a decenas de soldados de India y Pakistán, víctimas de un ritual enfrentamiento artillero en el disputado territorio de mayoría musulmana. Esta vez, el choque entre los dos países, que han hecho tres guerras desde la partición del subcontinente hace 52 años, es sustancialmente más grave: primero, porque se han visto envueltos aviones (India ha perdido dos Mig y un helicóptero de ataque); segundo, porque el primer ministro indio, Vajpayee, viajó a Pakistán en febrero en misión de paz y ambos Gobiernos hicieron creer entonces que su histórica disputa estaba en vías de solucion, y tercero, porque desde hace un año los dos rivales tienen capacidad nuclear.Guerrillas musulmanas independentistas se infiltran regularmente en el norte de Cachemira para hostigar al Ejército indio. Delhi repite que los militares de Pakistán apoyan a estos grupos armados. Islamabad desmiente esta acusación y responde que la clave del contencioso es el ejercicio del derecho a la autodeterminación que asiste a los habitantes de Cachemira. India afirma que cualquier progreso está ineludiblemente vinculado a que sus vecinos dejen de atizar la violencia. En los choques actuales, Delhi persigue a 600 o 700 guerrilleros que han cruzado al lado indio de la línea de alto el fuego trazada por la ONU tras la guerra de 1965 y que ha venido siendo respetada al menos formalmente por ambas naciones. Los paquistaníes dicen que los Mig y el helicóptero derribados han invadido su espacio aéreo.

La verdad no se sabrá, pero ambos Gobiernos tienen buenos motivos para distraer la atención y recurrir al contencioso de Cachemira en estos momentos. Los nacionalistas indios de Vajpayee, que cayeron el mes pasado en una votación de confianza, creen que sacarán más votos en las elecciones de septiembre si inflaman un conflicto que excita fácilmente las pasiones. En Pakistán, con una situación económica y social al borde del estallido, el primer ministro, Nawaz Sharif, se dedica a encarcelar disidentes o posibles rivales en todos los estamentos, desde la judicatura hasta la prensa, pasando por el Ejército.

A Delhi e Islamabad hay que pedirles en estas circunstancias una responsabilidad acorde con los arsenales que manejan. La paz relativa entre los dos poderes atómicos de Asia meridional exige a ambos Gobiernos enfriar unas pasiones colectivas al borde de la ignición. La escalada de su ciclo bélico en Cachemira pone en peligro inmediato a la región y, dada su condición nuclear, afecta al resto del mundo. Es urgente, por tanto, el regreso a la diplomacia antes de que la espiral se vuelva incontrolable.

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