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Edílico

Y Del Eme vino a Chueca. Y eran las doce de la mañana de un sábado soleado de este florido mes de la Virgen. Y Del Eme (entre nosotros: lástima de géneros gramaticales) se posó con levedad, cual primaveral polilla, sobre el recién instalado enlosetado de la plaza de Vázquez de Mella, que venía a inaugurar (a "devolveros", pronunció, heroico y con moderna erre).Y asomaban sus traviesuelos dientecillos cuando sonreía saludando a dos vecinos (no es una errata, no: he dicho "dos", no "los"). Y se produjo entonces una entrañable escena, propia de la proverbial cercanía entre el edil y los dos vecinos madrileños: una valla amarilla de seguridad separaba al edil (original traje cruzado azul marino, elegante camisa azul celeste cuello blanco) de los dos vecinos (dos pantalones y dos camisas: imposible registrar más detalles), valla que no fue en absoluto óbice para que se produjera el siguiente alentador diálogo:

Dos vecinos. "Mu bonita, mu bonita" (visiblemente nerviosos, aunque arrobados, señalan, con un coloquial golpe de barbilla, la nueva pista de patinaje o asadero municipal Vázquez de Mella).

Del Eme. "Hay que zseguir hazsiendo cosazs...". (Momento estelar de los dientecillos que dije y delicada caída de párpados, como restando humildemente importancia a su intervención en tan magna obra. Entonces, dulce evocador de su lejanísimo pasado, estrecha sus lazos de confianza con los dos madrileños y bisbisea con sincera emoción) "Aunque zsiento una zsierta nozstalgia, porque a ezsta plazsa venía yo al zsazsatre con mi padre".

Y Del Eme frota sus manitas delanteras, como las moscas y como los curas, mientras vigila de reojo la llegada del presidente. Gallardo y zumbón, aparece Ruiz, el presidente de la Comunidad.

Presidente. (Jovial, golpea con cierto exceso o saña, a modo de viril saludo, la espalda de su correligionario) "Hombre, alcalde, ¿dónde te habías metido?".

Del Eme. (Aparentando naturalidad) "Puezs aquí...".

La comitiva avanza en pleno hacia el busto de Vázquez de Mella. Cuarenta personas (pon cincuenta). A saber: los susodichos representantes del saber popular, sus escoltas, algunos fieles familiares arreglados pero informales, los arquitectos que han perpetrado el proyecto, los dos vecinos madrileños, tres señoras bastante mayores de las que aplauden levantando mucho los brazos como en los conciertos a cualquier personalidad que les echen (menos una que llevaba el carrito de la compra y no podía), los obreros que se han quedado de guardia toda la noche (Los Siderales los vimos varias veces en nuestro periplo de Friday Night Fever) a pintar la raya blanca del asfaltado, debidamente protegidos con sus cascos de seguridad ("Será para que no les caguen las palomas", había aventurado mi reflexivo amigo a eso de las seis de la mañana), y, por último y de incógnito, mi amigo y yo.

La pena es que no estuviéramos de verdad los de Chueca, pues el evento prometía: todos los Radical Optimistas, momento Sideral, más los travestis, más las transexuales, más los recién salidos de los after. Pero es que no eran horas: al grueso de la población del barrio no le da el cuerpo para bajar a las doce de la mañana de un sábado. Mi amigo y yo nos sacrificamos porque no nos los podíamos perder: ¡Zsa Zsa en el barrio! Así que nos pusimos nuestras gafas de sol de Los Siderales y nos unimos a la comitiva municipal para comprobar, además de, literalmente, lo antedicho: que la nueva plaza en la que teníamos depositadas nuestras esperanzas de solaz ha devenido en justiciera sartén; que el edil mantiene sospechosa y compulsiva atracción por la farola isabelina de cinco brazos; que el césped no se da bien en el centro, aunque sí por Puerta de Hierro, microclima donde habita Del Eme; que los árboles proporcionan demasiado placer y en este barrio no está el horno para bollos, así que incipientes retoños bien cercaditos alrededor del cocedero.

Nada, nada, menos disfrutar, que bastante alegría hay ya por Chueca.

En fin, que lo que hubiera podido ser una idílica placita se ha convertido en un edílico dezsazstre, nostálgico dezsazstre.

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