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Excarcelado MANUEL CRUZ

Manuel Cruz

En ese excelente espacio informativo de TV-3 que es 30 minuts emitieron hace unos días un programa dedicado a aquellos delincuentes de los años setenta que tanta notoriedad obtuvieron en su momento, en gran parte gracias al cine. Los héroes adolescentes de películas como Deprisa, deprisa; Perros callejeros, y alguna otra volvían, anunciados por el título Los años perdidos, para darnos cuenta de cómo ha sido su vida, de lo que recuerdan de las situaciones que les hicieron famosos (y temidos), de su experiencia en la prisión y de cómo ven el futuro. Resulta difícil destacar alguna impresión entre las muchas que aquellas historias, narradas por sus mismos protagonistas, provocaban. Hubo una, hacia el final, conmovedora por su desolacion. Uno de ellos, un hombre aún joven, contaba cómo es su vida desde que fue excarcelado. La voz en off nos había informado de que, con el nuevo código penal, se había beneficiado de una imprevista reducción de pena que le había puesto en la calle como quien dice de un día para otro. Él contaba con continuar encerrado aún 10 o 15 años más, y de pronto se había encontrado con el inesperado regalo de la libertad. Y relataba: "Me levanto por la mañana, desayuno y me voy a pasear". Así está todo el día, todos los días: viendo calles, empapándose del nuevo paisaje de su ciudad, una ciudad que en 20 años se ha transformado radicalmente. Como él, como su familia, como los amigos que le quedan. Porque ésa es otra: tanto él como el resto de los que aparecían en el reportaje han visto morir a la mayor parte de sus amigos (por sobredosis, a causa del sida, en un tiroteo con la policía..). Ahora vaga por las calles, perplejo y distraído, se diría que asustado ante lo que se le viene encima. La voz en off nos seguía contando que durante unos meses recibiría un subsidio por excarcelación de alrededor de cuarenta mil pesetas, tras lo cual se le abriría un tiempo de enorme incertidumbre. Desde el confortable sillón de la sala de estar, al caer la tarde del agradable domingo primaveral, volví a vivir una casi olvidada sensación. Recordé mi infancia en los cines de barrio y aquellos momentos en los que, en las películas que entonces llamábamos de miedo (y hoy se llaman de terror), veía al monstruo acercarse a la chica por la espalda, con las más aviesas intenciones, sin que ella, despreocupada, se diera cuenta del peligro que la acechaba. Como aquel niño, yo hubiera querido gritar, advertir a aquel antiguo delincuente del engaño, pero no había posibilidad alguna. No podía oirme; pero, lo más importante, tal vez fuera mejor que no oyera nada: no soportaría la advertencia. Su propio lenguaje de antaño se ha tornado sarcástico o, peor aún, cruel: buscarse la vida, decían todos ellos años atrás, para describir, con un punto de épica justificatoria, sus conductas. Ahora ya no queda nada por buscar, pero me parece que no quería saberlo. O quizá sí. Estuvo a punto de romper a llorar el hombre, todavía joven, cuando uno de los pocos amigos supervivientes de aquella época le dijo mientras le abrazaba, cariñoso: "Ya no tienes aquella cara de crío".

Manuel Cruz es catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona.

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