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De vuelta

JUVENAL SOTO Vuelven los romeros del Rocío y nuestro presidente del Gobierno vuelve de Rusia. Con la romería rusa un detalle queda esclarecido para todos los españoles: José María Aznar sabe utilizar el teléfono. A esa conclusión deberemos llegar todos los españoles tras la prédica que mantuvo Aznar con el máximo dignatario ruso, un famoso borrachín que, entre trompa y trompa, suele dejar plantados y aturdidos tanto a quienes le visitan como a quienes por él son visitados. También es tradicional que la manzanilla alcohólica corra por las marismas durante la romería de la Virgen del Rocío, de ahí que algunos romeros que iniciaron el camino pasito a pasito ahora vuelvan a cuatro patas y con los ojos inyectados en La Guita, brebaje que Aznar debió llevarle al ruso Boris a fin de que el año próximo Yeltsin se coloque entre los peregrinos al santuario de la Blanca Paloma. Lo que ni la vodka ni la Duma están en condiciones de conseguir puede que se logre con varias arrobas de vino andaluz: la escabechina de ese ruso que toca con idéntica mala pipa tanto los culos de las secretarias como las batutas de las bandas municipales. Ser romero consiste en eso: saber y poder tocar. Tocar las palmas, tocar la guitarra, tocar el caramillo, tocar el tambor, tocar la botija, tocar la Virgen y tocar lo que se pueda y caiga. Boris Yeltsin ha demostrado ser un tocador, incluso de señoras, de vocación empedernida: unas veces le toca a él dormir la mona y otras les toca a sus visitantes esperar a que el señorito termine de dormirla. Y es que Boris es un heredero de las tradiciones cosacas, entre las que se cuenta bailar con el culete rozando el suelo, al tiempo que se agita el pataje con los brazos cruzados, y empinar el codo hasta que los iconos se pongan borrosos. Aznar debería haberlo previsto: gracias a la vodka, Yeltsin goza de una mala salud de hierro y, en cualquier momento, puede caer desplomado sobre un charco de aguardiente. Así las cosas, quizás convenga que el presidente del Gobierno de España viaje, como uno más del comercio, acompañado de un aparato portátil de telefonía, ya que, visto el precedente sentado por el barril ruso, sus posibles anfitriones acaso comienzan a tomárselo a rechifla y a sustituir el almuerzo de convivencia por esta innovación de ningunearlo perorando por teléfono. Visto con los ojos del optimismo y la precaución -o sea, con los tres ojos que posee el cuerpo humano-, el parlamento telefónico tiene ventajas. De momento, se me ocurre una: Fidel Castro no hubiese perdido su corbata. También se me ocurre otra que se circunscribe al ámbito del ajedrez: incluso para José María Aznar mover pieza por teléfono sería una jugada poco ortodoxa y, en consecuencia, dudosamente recomendable. Ambas circunstancias, en el caso de nuestro presidente, ajedrecista desafortunado y romero en Rusia, debieran constituir un alivio para la memoria de toda Andalucía, España y la humanidad. Vuelven los peregrinos del Rocío y ahí tienen ustedes otro éxito internacional de nuestro presidente del Gobierno: telefoneó a Yeltsin, no estaba comunicando y pudo hablar con él. Queda claro: en Rusia no hay Telefónica.

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