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FERIA DE SAN ISIDRO

En la escuela de Borrás

Los toreros hicieron lo que pudieron, que fue bastante poco. Y de los tres el más ganancioso resultó Juan Mora, que le echó teatro al asunto. Tiempo ha, de un torero así se decía que tenía más tablas que Borrás.Echar teatro (al asunto) no es que sea malo en la fiesta. A fin de cuentas la fiesta de los toros no es la siembra del lino para recabar fondos comunitarios sino un espectáculo. Y no hay espectáculo más puro que el arte de Talía.

Cierto que en la fiesta se buscan otros valores, entre ellos el riesgo del toro, la lidia acertada, las suertes bien hechas, y el aficionado conspicuo abomina de que conviertan todo eso en una ficción teatral. Sin embargo los aficionados conspicuos no abundan; y si les da por alegar los calla la abrumadora mayoría del público aplaudidor.

Valdefresno / Mora, Finito, Amador

Toros de Valdefresno (tres fueron rechazados en el reconocimiento, dos devueltos por inválidos), bien presentados, muy flojos, manejables. 2º y 6º, sobreros de Hermanos Astolfi, con trapío, encastados y nobles.Juan Mora: media y descabello (ovación y salida al tercio); pinchazo y estocada corta baja (ovación y también pitos cuando saluda). Finito de Córdoba: estocada corta atravesada traserísima (bronca); pinchazo y estocada trasera caída (palmas y pitos). Manuel Amador, que confirmó la alternativa: estocada (silencio); estocada corta baja (silencio). Plaza de Las Ventas, 21 de mayo. 13ª corrida de feria. Lleno.

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Cuanto más cerca del sol está el público más aplaude: es curioso. Los expertos sostienen que este afán se debe a la torridez de los rayos solares, pues abrasan las seseras del sufrido público y ocasionan cataclismos meningíticos en su capacidad de raciocinio. Pero no debe de ser una verdad incontrovertible porque en la presente ocasión el sol venía acariciador e incluso se agradecía como paliativo de las frías brisas procedentes de la sierra.

Juan Mora, cuya capacidad teatral es de amplio espectro, lo mismo sabe representar con el capote un Rafael de Paula en agitanado trance que, con la muleta, un Frascuelo proclive a inmolarse por la causa. Luego, lo de torear, ya es distinta cuestión. Capotes y muletas le venteaban al son con que derrotara el toro, las muletas las presentaba oblicuas, quedarse quieto no lo pedía el guión, si el toro se salía de su papel y embestía codicioso hurtaba el embroque agarrándose al costillar; esas cosas.

Finito de Córdoba y Manuel Amador se diferenciaron del artista en que no representaban nada, no fingían nada, no engañaban a nadie. Ellos a lo suyo. Claro que lo suyo no se diferenciaba gran cosa de los trajines táuricos que explayara Juan Mora. No sabría decirse si esto es bueno o es malo. Bueno será, por cuanto la torería exige autenticidad; malo por cuanto privaba a los isidros y al público de sol del inmenso placer de aplaudir.

Pudo apreciarse, así, en sus justos términos, que Finito de Córdoba no está donde debe estar. Metía pico, consentía poco, se quitaba presto en sus intervenciones capoteras y muleteras. Principalmente en su primer toro, al que prácticamente no quería ni ver. Y aunque a su segundo le pegó pases de mejor reposo y templanza, aquellas inhibiciones y ventajas tampoco las abandonaba y el noble toro se le fue sin torear.

En sus justos términos pudo apreciarse también que Manolo Amador no está donde pretende estar. Venir a confirmar la alternativa y no ceñir ninguna embestida, no embarcarla ni siquiera con mediano temple, no recurrir al pundonor si la técnica falla, mueve a hacerse una pregunta crucial: eso de tomar la alternativa ¿fue voluntario o a la fuerza?

No se crea que Juan Mora ha vivido siempre del cuento. Es diestro que atesora buen arte, cumplió sus gestas y si ahora tiene más tablas que Borrás es por mor de la veteranía. Habida cuenta de que con su primer toro no alcanzó la gloria, al encastado cuarto lo toreó junto a los tendidos de sol, a ver si colaba. Y coló.

Allí dio un sainete, bulló lo suyo, trapaceó a modo, sufrió un revolcón y, metido en el papel, solemnizó la suerte suprema gritando al perfilarse: "¡Por Madrid!". Y fue y pinchó. Ya lo había hecho en Sevilla, cambiando, lógicamente, la dedicatoria. "¡Por Sevilla!", dijo, y pinchó; "¡Por los Remedios!", dijo después, y volvió a pinchar. Si llega a seguir recita el callejero.

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