El frío y letal goleador de siempre
Couto subía a hombros a Almeyda, Marcelo Salas bailaba a su lado, todo el Lazio se dejaba llevar por la euforia, De la Peña se acordaba de consolar deportivamente a los jugadores del Mallorca... Y mientras, Christian Vieri, el hombre de la final, deambulaba por el campo como ausente, como si en el Villa Park no acabara de ocurrir nada. Había marcado un gol, provocado otro, peleado hasta la extenuación contra una dura pareja de centrales, conquistado un título, le habían designado incluso como mejor jugador de la final, concedido un coche como premio, pero Vieri, tan frío como siempre, lo celebraba en silencio. Hay quien jura que se le adivinaba una mueca feliz, que lo advirtió cuando amagó con cambiarle la camiseta a un rival, pero lo cierto es que no sonrió abiertamente hasta que agarró el trofeo y señaló hacia la hinchada.Tampoco fueron más entusiastas sus palabras. "Nunca temí por la victoria, ni con el 1-1", aseguró. "Mi felicitación al entrenador del Mallorca porque ha construido un gran equipo, pero el Lazio también lo es". Y cuando un periodista inglés recurrió al tópico: "¿Cómo te sientes tras este título?", el italiano, al fin, carcajeó. "Me duele la cabeza", dijo señalándose la ceja que le habían partido durante el partido.
Vieri fue el mejor. En el Lazio ya no le regalan los pases dulces que le daba Kiko en su etapa del Atlético de Madrid, probablemente porque De la Peña no juega, y porque el Lazio es lo menos parecido a un equipo con fútbol técnico y de toque, pero el tipo se adapta. Ahora le toca buscarse la vida con pelotazos frontales, partirse la cara en cada salto con los defensas, y también destaca. Hizo un gol de cabeza, hasta se gustó dejando en el suelo a Engonga y Olaizola en un regate que consistió en no tocar el balón, y se las apañó, en el salto que acabó en el 1-2 final, para convertir un toque con la espalda en una asistencia letal. Vieri sigue siendo muy particular.
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