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Chinitos

E. CERDÁN TATO A los niños de la posguerra no solo les arruinaron el píloro, con hervido de acelgas y pan de centeno, sino que les fregaban el espíritu en el lebrillo de la patria y del avemaría; mientras, una ardiente docencia les inyectaba en vena las letras capitulares del imperio. Y eso, hasta que los dioses que campaban por los escombros de aquel frenesí, descubrieron en la filatelia un principio escolástico, para movilizar otra cruzada infantil contra la perversión que corrompía al resto del universo. Y pusieron a la inocencia empolvada en la escuela al servicio de una abstrusa hazaña: rescatar a los chinitos de las miserias, con plegarias y sellos de correos. Durante años, los niños de la posguerra desvalijaron la correspondencia familiar, dieron batidas por oficinas y basureros, y asediaron obstinadamente las estafetas. Muy pronto, sus clases destartaladas y húmedas, se iluminaron con miles de estampillas de color violeta, púrpura, bistre, cardenillo, sanguino; y un mundo seductor ocupó los pupitres de héroes griegos, de elefantes de Jaipur, de flores exóticas, de reyes, de militares y de animales salvajes. Con el tiempo, los niños de la posguerra crecieron, se hicieron viajantes de lencería, ebanistas, abogados y dependientes de ultramarinos. Pero ninguno llegó a saber nunca qué se había hecho con tantas estampillas, ni a cuántos chinitos consiguieron salvar en aquella proeza de su infancia. Últimamente, en el 89, los vieron desangrarse bajo las balas de los soldados de Zhao Ziyang, en la plaza de Tiananmen, cuando se manifestaban en defensa de los derechos humanos. Y en el 99, los han visto saltar en pedazos, en la embajada de su país en Belgrado, por las bombas de los aviones de los aliados en el descrédito y la chapuza, en nombre de los derechos humanos. Muy confusos, los antiguos escolares de posguerra han mantenido un encuentro de urgencia y han acordado enviar arrobas de sellos de correos: ahora para salvar de su propia perversión a Clinton y compaña. Se lo callan los unos a los otros, pero todos saben que ésa sí es una misión imposible.

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