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Revolución tranquila ENRIC FOSSAS

Las elecciones escocesas del pasado 6 de mayo constituyen un paso decisivo en el proceso de "devolución" puesto en marcha por el Nuevo Laborismo de Toni Blair. El punto final de este experimento resulta todavía incierto, pero nadie duda de que supondrá un profundo cambio en la estructura constitucional de Gran Bretaña. Lo que está ocurriendo en Escocia ya se conoce como "Revolución tranquila", la misma expresión que se acuñó en Canadá para designar las profundas transformaciones de Quebec en los años sesenta. Se ha sugerido alguna vez la comparación de este último fenómeno con la transición democrática en Cataluña ya que en ambos casos coincidieron el auge del nacionalismo con un movimiento de impulso social y cultural de una nación sin Estado. Según cuentan las crónicas, también hoy se advierte en Escocia una cierta vitalidad social y una liberación de energías colectivas que coinciden con la recuperación de su autogobierno. Al igual que hizo Cataluña en los años ochenta, Escocia debe poner ahora en marcha su autonomía, aunque no parte de cero. La unión con Inglaterra dejó intactas algunas instituciones (religión, educación, sistema legal, régimen local) que le han permitido hasta hoy una cierta autonomía cívica, hasta el punto de que el apego mostrado hacia ellas por los escoceses constituye la base principal de su nacionalismo. Ahora deben construir su autogobierno político a partir del Parlamento restablecido, cuya composición es por ello decisiva. Los resultados electorales conferirán esta tarea a los laboristas (56 de los 129 escaños) que, sin embargo, deberán compartirla con los liberales (17 escaños). Una consecuencia de la introducción de un sistema electoral parcialmente proporcional, algo que choca frontalmente con la cultura política británica tanto como el hecho de que el partido ganador deba pactar su programa con otra fuerza. Contrariamente a lo que sucedió en Cataluña en las primeras autonómicas, donde inopinadamente ganó CiU, ninguno de estos dos partidos es nacionalista y ni siquiera autonomista. No mantienen estructuras separadas de sus correligionarios ingleses, y su capacidad de decisión al margen de las cúpulas de Londres es mucho más limitada que la del PSC respecto al PSOE. Ello se ha evidenciado estos días tanto en la campaña de los ministros laboristas en Escocia como en las negociaciones políticas, dirigidas directamente desde Londres. La puesta en marcha de las instituciones autonómicas va a producir cambios en esta situación y con toda probabilidad creará tensiones en el seno del laborismo, como ya se ha puesto de manifiesto. Esta será seguramente la principal baza de los nacionalistas del SNP, claramente favorables a la independencia de Escocia, y que pese a su pésima campaña han conseguido un excelente resultado (35 escaños, comparable sólo al obtenido en las elecciones británicas de 1974) digno de la envidia de ERC. Con toda probabilidad, en esta próxima etapa su estrategia seguirá siendo la de marcar su izquierdismo y su independentismo frente a los laboristas. Su programa, por ejemplo, propone la celebración de un referéndum de autodeterminación durante esta primera legislatura. Finalmente, las paradojas de la vida política han querido que los conservadores, borrados del mapa político escocés, hayan obtenido una más que satisfactoria representación en el Parlamento (18 escaños) a pesar de ser contrarios a la autonomía y al sistema proporcional. La conclusión de todo ello es que el nuevo Parlamento escocés no cuenta con una fuerza nacionalista asimilable a CiU: los laboristas y los liberales son simplemente devolucionistas, los conservadores son unitaristas, y los nacionalistas son claramente independentistas. Sin embargo, Escocia inicia un proceso de grandes cambios tanto en su interior como en su relación con el resto del Reino Unido, donde la evolución de Gales, Irlanda del Norte y las regiones inglesas puede transformar profundamente su sistema constitucional. Se trata de un proceso irreversible que genera tantas inquietudes como esperanzas, como ocurrió en la transición española. Pero quizá lo más destacable en ambos casos sea su desarrollo eminentemente pacífico y su carácter profundamente democrático. La diferencia es que Escocia inicia ahora su "revolución tranquila", mientras que nosotros, al cabo de 20 años, más bien vivimos una etapa de confusión, por supuesto, tranquila.

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