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LA CRÓNICA La poetisa NURIA AMAT

La poetisa se llama Ana Becciu. Es argentina. También de todas partes. Vive entre Cataluña y Francia y canta en silencio una literatura excelsa, solitaria y muy hispana. Aquí pocos la conocen. Todavía. Será porque su poesía es amiga de grandes poetas: Olga Orozco, Juan Gelman, Alejandra Pizarnik... Compañera del alma de estas voces, Ana Becciu es la hermana pequeña del grupo. La más joven. También la más callada. Un poema puede tomarle varios años de trabajo. Lo escribe y reescribe sin prisas. La larga vida de un verso que no acaba. Ella se niega a darle muerte. Lo cuida y lo trabaja como si un poema suyo fuera la obra de otro autor querido y admirado. Obra ajena que ella tiene a su cuidado como algo vivo y muy secreto. Autora de breves páginas y grandes e inmortales palabras, la poetisa se esconde en su literatura, en su voz de hierba, en el bosque de su vida. Ella dice: "Yo no va a cantar". Y a partir de esta negación, nace un libro: Ronda de noche (Plaza y Janés). Libro inmenso y profundo. Su único libro. Libro único. Pere Gimferrer, poeta de poetas, fue quien se ocupó de presentar la poesía de Ana Becciu en el Aula Josep Maria de Sagarra del Ateneo Barcelonés. El acto literario organizado por la Asociación de Escritores de Cataluña fue sencillamente perfecto. La escritora ofreció una bellísima lectura de sus poemas. Ella cantó: "Los otros hablan de amor, dicen cuerpo, dicen caricia. Pero no saben. Nadie lee nada por aquí". Al parecer nadie lee nada. Tampoco poesía. Porque en el recinto no éramos muchos. Y sin embargo, Gimferrer habló sobre la poetisa y su obra como si estuviera dirigiendo su inteligente parlamento al mundo entero y a su historia. Para presentar a Ana Becciu, el poeta dijo palabras muy hermosas y muy ciertas. Dijo, por ejemplo, que Becciu, al igual que otros poetas argentinos, es continuadora de aquella generación del 27 que aquí quedó sesgada por la guerra y que, curiosamente, dio sus frutos en la poesía latinoamericana, sobre todo en Argentina. Dijo que en la heredera de Michaux se dan dos cualidades fundamentales: riesgo y rigor. La poetisa se arriesga a soñar más allá de las palabras. Y, repitió, rigor por esa pasión contenida que la lleva a escribir únicamente aquello que necesita ser escrito. También dijo Pere Gimferrer que el poema Locura de amor es uno de sus preferidos. Y dijo, como si tal cosa, que la poetisa de obra única era comparable a Rimbaud y a Lautréamont. Seguramente por la utilización de palabras mínimas y esenciales en la construcción de estos libros aislados de la historia literaria. Tesoros fundadores. A continuación, la poetisa leyó. Cantó su voz trémula y gravosa: "Me hacés decir palabras, y no es eso, / cómo podría si eso no soy yo, que siento, si eso está tocado, y se trueca / por ésas que me deshacen, y te me esconden. / No me amores, no así, /las palabras son otros, /son todos y hacen sombra a esto que es /que vos, y me devuelvo sola, una sola /para este solo de dos, si supieras". Los poetas sentados entre el público transformaron su silencio lector en emocionada escucha. Esta noche la poetisa despertaba palabras dormidas. Ahí estaban para escucharla Cataño, Stutman, Vitale, Beneyto, Campaña, Aguado, Tugues... Hubo mujeres en la sala que de pronto se descubrieron a sí mismas como exultantes lectoras de Ana Becciu. En los silencios entre el final de un poema y el inicio de otro, pude oír como a mis espaldas las nuevas lectoras de Ana Becciu lanzaban entre ellas exclamaciones secretas: "¡Es extraordinaria! ¡Muy buena! ¡Qué categoría!". Pensaba para mí que la poetisa había hecho suyo el canto de los místicos, esa voz primeriza que escribe inventando lengua, tomando territorio a las palabras, arañando las piedras del lenguaje. Cuando la voz era nadie y la palabra no existía, tampoco para el poeta. Otra poetisa, Ana María Moix, es la introductora y editora del libro. La responsable, en suma, de que el canto quieto de Ana Becciu sonase la otra noche para todos. Estos poemas en prosa que Moix ha prologado con sabiduría poética son de amor y noche, silencio y sombra. Palabras para siempre. Uno quiere estirarlas, hacer más libros con ellas. Pero lo cierto es que, al igual que sucede con los textos clásicos, los poemas de la Becciu tienen lecturas eternas e infinitas. Ella asegura, le oí decir, que mientras escribe se dedica a conversar con sus grandes predecesoras literarias. Y allí están sin que se vean, pero formando parte de sus páginas en una nocturna conversación de salón, íntima, imaginativa y licenciosa, escritoras como la Barnes, la Plath, la Bachmann, la Pizarnik... Al fin y al cabo, escribir bien, como sugería Quevedo, es dialogar con los autores muertos. La buena literatura lleva consigo esa tachadura imborrable como marca de agua. Y leer un buen libro como puede ser Ronda de noche, de Ana Becciu, es entrar en la biblioteca de la vida por la puerta mágica y secreta. Poetisa de pocas palabras. Palabras de poeta, tal y como, y para concluir su presentación, dio por sentado el poeta grande del país pequeño.

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