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La mafia llega a la alcaldía

Un abogado, habitual defensor de delincuentes y matones, a punto de convertirse en regidor de Las Vegas

Oscar Goodman es un tipo de película. A sus 59 años se ha interpretado a sí mismo como abogado de mafiosos en Casino, la película de Martin Scorsese protagonizada por Robert de Niro, y acaba de realizar un sueño cinematográfico: está a punto de convertirse en el próximo alcalde de Las Vegas, la ciudad a la que llegó en 1965 como joven abogado a sueldo de Meyer Lansky, el legendario y todopoderoso consejero de la mafia.Goodman se quedó, el pasado miércoles, a 227 votos de convertirse en el alcalde de la ciudad del juego, al conseguir el 49,4% de los votos en la primera vuelta de unas elecciones a las que se presentaban otros ocho candidatos. De haber conseguido el 50% de los votos, Goodman se habría ahorrado la votación del próximo 8 de junio, una segunda vuelta en la que parte como claro favorito frente al segundo clasificado, que consiguió el 29,3% de los votos.

La figura pública de este jovial y populista picapleitos, al que la prensa local lo compara con el abogado del mismísimo diablo, está a la altura de los personajes de las películas del género, con una historia de bajos fondos que demuestra que la ficción de Casino se parece bastante a la realidad. Goodman es el tipo de personajes que mantienen que la mafia es un invento del Gobierno y que sus clientes, pese a tener una reputación negra como la muerte y un largo historial delictivo, son padres amantísimos, con un gran sentido del humor y amor a la vida.

Dos de sus últimos clientes tuvieron finales dramáticos. Tony Spilotro, un sanguinario ejecutor de la mafia de Chicago al que Goodman le salvó de la cárcel, pero al que no pudo ayudar cuando un día apareciera enterrado en un maizal con huellas de haber sido torturado hasta la muerte. O Herbert Blitzstein, otro brazo de hierro del crimen organizado de Las Vegas, que apareció un día con una bala de más alojada en la cabeza.

Goodman, casado y con cuatro hijos, sin experiencia política previa conocida, registrado como votante del Partido Demócrata y candidato independiente, superó a todos sus rivales en la primera vuelta con una campaña más que populista, como defensor de los pobres y alejado, dijo, de los círculos de poder que manejan la ciudad actualmente.

Las Vegas, la ciudad inventada por los gánsteres después de la II Guerra Mundial, sigue siendo el emporio de las luces de neón, los hoteles gigantescos, los espectáculos fastuosos y el lugar más tolerante con el juego y la prostitución. Su creador, Bugsy Siegel, al que Hollywood también rindió homenaje en una reciente película sobre su vida, murió en 1947 como la mayoría de los clientes de Goodman. Con un tiro en un ojo. Sus socios, entre los que se encontraba Meyer Lansky, no aprobaron sus cuentas y le hicieron pagar por ello.

En opinión de algunos sociólogos, la asociación de Las Vegas con la mafia no ha perjudicado a la ciudad ni a Oscar Goodman, como han demostrado los votantes. Por el contrario, hay quien considera que las primeras audiencias televisadas de una comisión del Congreso de Estados Unidos -la comisión Kefavuer, que en los años cincuenta puso al descubierto la presencia en Estados Unidos de la Cosa Nostra y sus vínculos con los negocios de Las Vegas- atrajeron más gente a la ciudad, ansiosa por coquetear con lo prohibido.

Los nombres de personajes tan distintos como el cantante Frank Sinatra, el sindicalista Jimmy Hoffa o el magnate de la aeronáutica Howard Hughes quedaron unidos a la ciudad, sobre la que planea siempre la sombra de la ilegalidad y del crimen organizado. Ahora recibe más de 30 millones de turistas al año, que dejan los ahorros en la ruleta, y su estética ha derivado hacia un barroquismo fallero con gigantescos hoteles que recrean, en una delirante exhibición de luz y sonido, los grandes monumentos de mundo.

A esta nueva estética, más próxima al parque de atracciones que a la ciudad libre y prohibida, tal vez le hiciera falta el toque retro de un alcalde con conexiones y raíces históricas y así lo hayan interpretado sus ciudadanos. O tal vez es que hayan ganado los de siempre.

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