Vandenbroucke, el nuevo símbolo

Frank Vandenbroucke abandonó el jueves, antes de la salida de la tercera etapa, los Cuatro Días de Dunkerque. Oficialmente, por agotamiento. "Lleva desde febrero disputando a tope todas las carreras y ya no puede más. Se tomará un mes de descanso", dijeron en su equipo, el Cofidis. En efecto, llevaba desde febrero ganando carreras, tantas y de tanta calidad, y de una forma tan distinguida, que no sólo se había convertido en el ciclista del año. Lo era todo, el depositario de las esperanzas de todos los sectores. Los belgas ya tenían su nuevo Eddy Merckx; los jóvenes su nueva superfigura, y el ciclismo mundial renovado, el limpio, el que surgió de la limpieza del Tour de 1998, su estandarte, su símbolo.Sus seis victorias hasta el momento, comenzando por la conseguida en febrero en el Gran Premio La Marsellesa, simbólicamente la primera del calendario profesional europeo, y terminando en la más importante, en la conseguida mediado abril en la Lieja-Bastoña-Lieja, han sido para unos cuantos como una rayo de luz nueva, como una guía para los demás.
Se decía que Vandenbroucke, hijo y sobrino de ciclistas, metido en el olor a bicicletas desde que era un niño, había llegado al mundo para acabar con el ciclismo tecnocrático, sin respeto a las tradiciones y sin el corazón que desde LeMond, Induráin y ahora Ullrich dominaba el mercado. Otros vieron otra cosa en su fabulosa serie en las grandes clásicas, en su capacidad única para adaptarse a panoramas tan variados como el de la Milán-San Remo, la París-Roubaix, la Vuelta a Flandes, la Lieja y la Amstel Gold Race. Otros vieron otras causas en la forma en que un chaval de 25 años, de cara aniñada fuera de la bici se transformaba en un ser agresivo y de descomunal potencia sobre ella. Otros se lo callaron hasta ayer.
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