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La otra guerra de estos días

Emilio Menéndez del Valle

Toda gran potencia tiende a generar violencia en sus acciones exteriores, larvada o abiertamente bélicas. No deseo entrar ahora en las causas. Impertinentes comparaciones aparte, URSS y EEUU lo han hecho. Viví como joven estudiante en Nueva York parte de la prolongada intervención norteamericana en Vietnam, una guerra horrible para el pueblo americano, pero, claro, sobre todo para el vietnamita, que era el masivamente agredido. Por su duración y por su carácter especialmente odioso, valientemente denunciada por miles de jóvenes yanquis, fue la de Vietnam la peor guerra de mi generación, vivida, sólo, a través de los medios de comunicación y de las manifestaciones de rigor. La del Golfo se la buscó Sadam por invadir Kuwait, echando a perder interesantes logros iniciales y sobre la de Yugoslavia nos estamos manifestando de diversa manera a lo largo de estas semanas.Confieso que -sin poder dejar de preocuparme de Kosovo- estos días me produce aún mayores escalofríos la guerra interna en Estados Unidos, es decir, las matanzas periódicas, cada vez más frecuentes y sangrientas, en los centros escolares. Pareciera que algunos jóvenes americanos (¿cuántos?), no teniendo por ahora violencia que exportar (la de Yugoslavia en realidad acaba de empezar) hubieran decidido ejercer en casa.

Violencia siempre ha habido en Estados Unidos. Cuando yo estudiaba en Columbia hace veintitantos años, la primera lección que recibí de mi profesor de derecho internacional es que siempre debía llevar en el bolsillo 20 o 30 dólares que poder ofrecer al drogadicto de turno que te asaltara, dado que podría enfurecerse si no llevabas nada encima y emprenderla a navajazos. Años después, Felipe González diría que prefería el riesgo de un navajazo en el metro neoyorquino a la sui géneris seguridad moscovita. En realidad, el único asalto que sufrí en dos años fue el de la nostalgia de abandonar un ambiente insustituible cuando decidí volver a España el mes que murió Francisco Franco.

Un cuarto de siglo después las cosas han cambiado de tal manera como para poder definir a la sociedad norteamericana de preocupantemente violenta. Ya sé que la paz reina en lugares como Vermont, Oregón o Maine y muchos más, si ustedes quieren, escapan a esa definición. Por ahora. ¿Acaso no podía Littleton, Colorado, ser calificado de apacible hasta el otro día? Con la ósmosis comunicativa que posibilita a todo americano desayunarse con las consabidas imágenes, ¿quién garantiza que no ocurrirá algo semejante en aquellos lugares la próxima semana? Cuando para tantos millones de adolescentes el asesinato es un deporte vivido en su ordenador personal, cuando a tantos la correspondiente industria les suministra películas, juegos, música y ambiente cuyo principal aliciente es descuartizar a otros adolescentes, niños o adultos, no es de extrañar que algunos decidan saber cómo se hace de verdad.

Los escalofríos me los causan datos como estos: según el FBI, 36.000 personas mueren anualmente por violencia armada, incluidos, diariamente, 13 adolescentes menores de 19 años. En 1998, 2.000 alumnos fueron expulsados de los colegios por ir armados. En todo el país hay más armerías que gasolineras y en la mayoría de los Estados del sur un rifle o una pistola se compran simplemente enseñando el permiso de conducir. De las once películas más difundidas en vídeo desde el 1 de abril de 1999, siete eran de violencia extrema.

¿Sociedad enferma? ¿Problema cultural? Desde luego una sociedad que tolera que su juventud se arme con tal facilidad no está sana. ¿Se movilizarán a tiempo? Estamos en el límite desde el momento en que -en lugar de actuar a priori sobre las armas- la sociedad considera normal que los colegios instalen sistemas de detección y se lleva las manos a la cabeza cuando se produce una carnicería en la escuela de turno porque no tenía detector de metales. La famosa Asociación del Rifle propone "armar a los profesores porque ello limitaría el número de víctimas", mientras que una de las medidas (hay otras más sensatas) sugeridad por Clinton consiste en que sólo sea posible comprar un arma al mes. Desde luego, deben movilizarse con urgencia.

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