Dolorida repulsa
Confiando en su comprensión y en su sentido de responsabilidad profesional, cumplo el deber de conciencia de hacerle llegar, sobriamente, mi dolorida repulsa por la columna de Maruja TorresPasa a la página siguiente
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en el número del pasado 29 de abril, bajo el equívoco título Q.E.P.D., símbolo habitual de respeto a una persona difunta, pero utilizado ahí para cubrir una violenta agresión a su memoria.
Lo hago, ciertamente, por motivación de amistad con el agredido -una amistad de muchos años, que me permitió apreciar sus cualidades humanas, privadas y públicas, y que superó todas las discrepancias políticas-, pero también por razones de estricta justicia y de fidelidad al espíritu de reconciliación que hizo posible la transición democrática.
Ante todo, de justicia, porque no es legítimo destacar únicamente los aspectos que se consideren negativos en la actuación de un hombre público, máxime cuando ya no vive para explicarlos o defenderse, y silenciar, en cambio, sus acciones positivas, en el presente caso, las realizadas por Alfredo Sánchez Bella, principalmente cuando estuvo al frente del Instituto de Cultura Hispánica y en sus ulteriores funciones diplomáticas, según lo están evocando prestigiosas personalidades y medios de comunicación social de esa órbita, durante estas últimas horas.
Y también, repito, por fidelidad al espíritu de diálogo, tolerancia y reconciliación entre los adversarios ideológicos y políticos, vencedores y vencidos en la trágica guerra civil, abriendo así el camino a una España democrática, que es fundamental que se mantenga, no desenterrando injusticias o errores que unos y otros cometimos.
Desearía que una escritora inteligente como Maruja Torres lo reconozca y contribuya a que prevalezca ese espíritu de concordia.-
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