Reflexiones electorales
SEGUNDO BRU Desde que Olson sentara las bases para una teoría de la acción colectiva hace ya más de treinta años y casi simultáneamente Downs hiciera lo propio con los modelos de comportamiento electoral se ha avanzado bastante en los intentos de comprender cuáles son los factores que impulsan a los votantes a participar o no en los procesos de decisión social -la acción colectiva de votar-y en los móviles que les impulsan a decidir sus preferencias, así como en la interacción por la que éstos influyen a su vez sobre los partidos a la hora de presentar al ciudadano las ofertas que consideran más rentables electoralmente. Todo ello, en el primer caso, bajo el supuesto de que la decisión primordial de votar o no hacerlo se deje al libre albedrío de quienes integran el cuerpo electoral puesto que, aunque nos pueda parecer sorprendente desde nuestro propio entramado constitucional, en muchos países inequívocamente democráticos (Italia, Bélgica, Grecia, Australia, Holanda hace unos años y, más equívocos, bastantes países latinoamericanos) votar es obligatorio so pena de sanciones. A la hora de explicar comportamientos y resultados concretos parece por otra parte claro que los modelos espaciales tradicionales entre izquierda y derecha de tipo unidimensional están fallando estrepitosamente y esto se constata en los datos que poseemos acerca de nuestro propio entorno valenciano donde situándose el electorado, según la típica pregunta posicional, en una izquierda centrada y percibiéndose al Partido Popular como netamente de derechas éste se encuentra, de forma aparentemente paradójica, en su mejor momento electoral. En parte ello se debe a la búsqueda de mayores sectores del electorado por parte de los partidos concurrentes, que los conduce hacia el votante medio y provoca un espacio de diferenciación mínima entre ellos, lo cual provoca indiferencia y confusión incluso entre los votantes tradicionales, sobre todo por lo que se refiere a las opciones situadas en la izquierda, que han debido desideologizarse por el camino, como en ocurre en el PSOE, o adoptar posturas radicalmente antisistema, como en IU, con resultados sin embargo idénticos puesto que la última encuesta de este diario nos revela que entre los votantes de ambas opciones se produce una alta valoración del actual gobierno, inexplicable en términos de la tradicional dicotomía izquierda-derecha. Lo cual nos lleva a considerar que en el proceso de vampirización que la derecha ha ejercido sobre propuestas y lenguajes considerados típicos de la izquierda -proceso que otros llaman el camino hacia el centro- aquéllas han tenido mayor éxito, ayudadas obviamente por la dilución del discurso de los últimos y su falta de capacidad ideológica para generar nuevas propuestas netamente diferenciadas, que los lleva a acogerse a las mayores inanidades siempre que resulten algo novedosas, como la "tercera vía" de Blair, perfecta e inteligentemente fagocitada ya por el PP. El último recurso de la izquierda parece ser acogerse a los programas electorales a la carta los cuales, con el pretexto de hacerlos más participativos, pueden acabar pareciendo una ensalada en la que cada grupo, sector o colectivo consultado aporta el último ingrediente. Claro que entre pretender ser vanguardia y locomotora de la Historia y conformarse con actuar como un coche escoba debería haber un cierto límite ¿O no?.
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