Unos prados de la Virgen
Una ermita románica, rodeada de fresnos y cigüeñas, preside la dehesa más bella de la sierra segoviana
La carreterilla que va derechamente de La Granja al palacio de Riofrío atravesando el soto de Revenga habría que declararla monumento carretero-paisajístico o algo por el estilo. A nueve kilómetros de La Granja, nada más cruzarse con la nacional 603 (San Rafael-Segovia), exhibe a ambos lados carteles que prohíben aparcar los vehículos en los prados bajo multa de 5.000 pesetas, pues es "zona de flora protejida" (sic). Uno puede no estar de acuerdo con la ortografía juanramoniana de los lectores, pero eso de protejer las florecicas silvestres como si fueran ampollas de mirra es un gesto tan civilizado, tan holandés o tan nipón, que merece una obación. Un kilómetro más adelante del mentado cruce, aparece a mano izquierda la ermita de Santa María. Dejando el coche en el camino de acceso, a fin de que no sufran las margaritas y las peonías, nos apearemos para admirar este santuario románico, que presenta una sola nave rectangular con ábside semicircular y una preciosa portada al mediodía formada por una arquivolta de baquetón entre otras dos decoradas con rosetas. Fresnos seculares pueblan sus verdes contornos: uno hay frente a la fachada meridional que mide siete metros de perímetro en la base del tronco y que sigue viviendo el milagro de la primavera pese a que tiene el alma completamente hueca. Si, como decía Maurice Barrés, "hay lugares en los que sopla el espíritu", a fe que en éste se ha dejado los pulmones.
A un centenar de metros a poniente de la ermita nace una pista de tierra que conduce en diez minutos al pueblo de Revenga pasando por su nuevo cementerio, tan reciente que sólo hay tres enterramientos. A ambas manos del caminante se explaya una vasta pradera en la que, hasta mediados de los ochenta, predominaban los olmos sobre los fresnos. La plaga de la grafiosis, que guadañó las olmedas castellanas, dejó al soto sin su buena sombra y a las cigüeñas blancas, que antaño anidaban en sus ramas, relegadas a postes artificiales donde crían en buen número.
Olmos aparte, el soto de Revenga es una venerable dehesa comunal que apenas ha visto alterada su fisonomía desde el tiempo del rey que rabió. Una extensa red de regueras -canalillos abiertos con azada- mantienen siempre verdes estos pastizales donde las reses del pueblo triscan cual colegialas en una hamburguesería. El soto es un paraíso bovino, aromoso a hierba y a boñiga, al que los domingueros no van porque les horrorizan las vacas y el césped húmedo. Mejor. Cuanto menos bulto, más claridad habrá en esta luminosa fresneda sita al pie de la legendaria sierra de la Mujer Muerta. Sin dejar la pista, entraremos en Revenga por las inmediaciones de la iglesia y, girando a la diestra por la calle del Pozo y la plaza de San Roque, saldremos otra vez al campo por el camino y la ermita de dicho santo. A este camino empedrado a trechos, que tira hacia poniente -ahora entre encinas- en busca del parque de Riofrío, le dicen en Revenga "la calzada romana", pero lo más probable es que se pavimentara en tiempos de Felipe V, que frecuentó este cazadero antes de que su viuda, Isabel de Farnesio, construyese en 1752 un palacio de aires italianos. Sea lo que fuere, cruza al rato la vía del ferrocarril Madrid-Segovia por paso elevado y, a media hora del pueblo, desemboca en la carretera frente a la puerta de Castellanos del parque.
Desde la puerta de Castellanos -cerrada con verja de hierro-, regresaremos en otra media hora a la ermita de Santa María por la solitaria carretera de La Granja, atravesando estos prados milagrosos que la Virgen ha librado recientemente de proyectos de campos de golf y autopistas. Y allí contemplaremos cómo las parejas de cigüeñas se turnan en el cuidado de la pollada y en la búsqueda de alimento en los herbazales, mientras las rapaces aguardan su oportunidad trazando negras lazadas sobre la Mujer Muerta.
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