La feria se va a la playa de Chernóbil
La Feria de Abril es, seguramente, la más nómada de cuantas se celebran en Cataluña. Este fin de semana volvió a ponerse a prueba la fidelidad de sus visitantes al instalarse por primera vez en Sant Adrià de Besòs. La marea humana volvió a hacer acto de presencia sin reparar mucho en el enorme descampado donde la han instalado, entre una depuradora y una incineradora y con el barrio de La Mina como el núcleo residencial más cercano. Lo inhóspito del lugar ha obligado a reforzar el dispositivo de seguridad integrado por un total de 240 agentes, entre la unidad especial del Cuerpo Nacional de Policía trasladada desde Oviedo, los Mossos d"Esquadra, la Guardia Urbana y una empresa privada de seguridad. Muchos agentes patrullan de paisano y los asiduos de la feria no han dejado de observar lo muy vigilado que está el recinto este año. Lo curioso del pasado fin de semana es el poco interés que la concurrencia demostró por el mar. Pese a que los organizadores insisten en presentar la proximidad del Mediterráneo como el principal activo de una ubicación en la que se solapan otros elementos menos atractivos, los visitantes pasaron de él totalmente. No hay duda de que la concurrencia no se desplaza hasta allí para contemplar el paisaje, sino para encontrar lo de siempre, o sea, la posibilidad de tomarse unos vinos, bailar sevillanas y degustar alguna que otra tapa. Por otra parte, tampoco el emplazamiento tiene resonancias caribeñas. Al contrario: aquella zona es conocida popularmente en La Mina como la playa de Chernóbil, porque las chimeneas recuerdan el paisaje de la central nuclear soviética. Pero al pasear por las calles del recinto, la brisa marina hace más llevadero el a veces intenso olor a fritanga de la churrería y los pollos asados. Después del movido fin de semana, el personal que atiende las casetas aprovecha para tomarse un respiro, consciente de que queda mucha feria por delante y conviene administrar bien las fuerzas. Los 10 días que dura la fiesta catalana sorprenden incluso a los sevillanos. Paulino Plata, el consejero de Agricultura de la Junta de Andalucía, bromeó el viernes con el aguante del hígado de los catalanes al conocer lo que duraba el jolgorio. Ésta es la primera vez que la Junta monta caseta en el real catalán. Vigilar los precios Las comparaciones entre la feria madre sevillana y la hija catalana nunca faltan. El presidente de la FECAC, la entidad organizadora, Francisco García Prieto, no oculta su satisfacción al afirmar: "Hemos reventado el esquema de la feria sevillana". Se refiere no sólo a que las casetas de aquí están todas abiertas al público, mientras que en Sevilla sólo lo están unas cuantas, sino también al cruce de culturas que cada año se produce. Para García Prieto, que durante la feria ostenta la máxima autoridad, decir que sólo es una fiesta de los andaluces es quedarse corto, porque acuden también extremeños, catalanes y murcianos. Las posibilidades de diversión son múltiples en el recinto catalán, pero conviene darle un vistazo a la lista de precios antes de pedir la consumición, porque hay algunas casetas con tarifas de cinco estrellas. Nadie oculta que muchas de las entidades que montan caseta intentan recaudar fondos suficientes para pagar los gastos de todo el año. Por una tapa de boquerones les pueden cobrar 800 pesetas y por una botella pequeña de agua mineral hasta 240. Aunque la organización señala que se imparten ciertas instrucciones a la hora de fijar los precios para evitar abusos, lo cierto es que muchos visitantes se quejan de que algunas consumiciones están por las nubes.
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