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Furores y delirios

Las operaciones militares en las que está empeñada la Alianza Atlántica para quebrantar el poder del dictador serbio Slobodan Milosevic han abierto un tiempo de furores y delirios, como sucede por lo general con cualesquiera operaciones bélicas. Furores y delirios que tienen día a día, hora a hora, un permanente cultivo mediático. Así ha sucedido con todas las guerras desde hace un siglo, exactamente desde que cobró fuerza de naturaleza la prensa de masas. Aquellos gritos de ¡a las armas! o de ¡Dios lo quiere! ya no se dan de viva voz. Las cruzadas cristianas han dejado de predicarse sólo en los púlpitos a los que con tanta agilidad se subía Bernardo de Claraval en el siglo XII, cuando convocábamos la segunda, con una elocuencia que le hizo merecer el título de doctor Melifluo. Aquel vigoroso reformador de la orden monástica del Císter, que llamaba a filas a los reservistas medievales prometiéndoles el premio de indulgencias salvadoras y alertándoles contra la molicie viciosa del momento, era llamado melifluo. Un adjetivo que -según el diccionario de la Real Academia- se dice de aquello que tiene miel o es parecido a ella en sus propiedades y también en sentido figurado de quien es dulce, suave, delicado y tierno o en el trato o en la explicación. De manera que la dulzura, suavidad, delicadeza y ternura en el trato -lo que ahora se llama con Daniel Coleman inteligencia emocional- pueden ganar adeptos para la buena causa. Por eso semejantes prácticas melifluas, dicho sea sin sombra peyorativa alguna, se averiguan muy recomendables para la efectividad de los portavoces que defienden la acción de la Alianza, como es el caso del encargado Jamie Shea en Bruselas o los líderes de cada uno de los países miembros.

Llegados aquí, se impone a este respecto examinar el comportamiento de nuestro presidente del Gobierno, José María Aznar, cuya compañía y consejo se disputan Blair, Schröder, Clinton y demás miembros del Club. Veámosle impasible, sin acusar el castigo del jet-lag y audaz. Porque Aznar cenó en la Casa Blanca sin otra compañía que la de dos de sus asesores de Moncloa -ni el ministro Matutes, ni el secretario de Estado Ramón de Miguel tuvieron asiento a la mesa-, mientras que Bill prefirió una alineación de máximo lujo a base de la secretaria de Estado Madeleine Albright y del consejero de Seguridad Nacional.Antes, en cuanto se posó su avión sobre suelo norteamericano, Aznar se limitó a señalar su puesto en la clasificación.

Un puesto que muchos cicateros sin grandeza siguen sin reconocerle empeñados en hablarle de Zamora y, por eso, con su laconismo característico dijo aquello de "soy el primer líder de la Alianza que visita Washington desde que empezaron los bombardeos". Después se impuso la reserva y hubo de pasar casi una semana para que tuviéramos alguna idea sobre lo que conversaron ambos líderes, Aznar y Clinton. Pero ha valido la pena esperar hasta el pasado domingo, cuando supimos que "Clinton criticó ante Aznar la falta de eficacia de la OTAN en Serbia" y que el secretario de Defensa Cohen "se quejó de que la guerra se detuviera por la Pascua ortodoxa, de que los aviones no salgan cuando hace mal tiempo y de que se ataquen objetivos simbólicos". ¿Pero, vamos a ver, merecía Aznar esas críticas del presidente Clinton y esas quejas del secretario de Defensa Cohen? ¿No le preceden ambos en edad, saber y gobierno? ¿O es que la sobremesa derivó en chismorreos impropios? Enseguida sabremos a cuál de las dos clases de políticos pertenece Aznar, si es de los políticos que se sienten comprometidos por lo que dicen o sólo por lo que escuchan.

Mientras, el furor y el delirio -título del libro donde resume su itinerario Jorge Maseti, un hijo de la Revolución cubana- se aproximan a nosotros al mismo ritmo que las convocatorias electorales y basta quedar expuesto a los medios informativos para percibir la facilidad con la que en momentos de movilización gentes normales se convierten en corsarios. Les basta con creer en una causa y en un jefe que les utilice. Se impone la urgente distribución de los manuales de autoprotección contra la manipulación comunicativa para recuperar la distancia crítica. Porque incluso los medios de independencia más acreditada padecen la presión de quienes quieren hacerles entrar en sinergias y acaban favoreciendo la endogamia degenerativa. ¡Remember Las Hurdes! y el bocio del Cotolengo.

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