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GUERRA EN YUGOSLAVIA Situación política en Belgrado

La estructura política de Milosevic sigue intaca

El régimen puede salir reforzado de la guerra, que ha acentuado el nacionalismo serbio

Tres semanas de bombardeos de la OTAN sobre todo el territorio de Yugoslavia han causado un daño gigantesco a la economía del país y han abierto el camino para dejar aisladas a las fuerzas del Ejército y policía que luchan en Kosovo. No obstante, las estructuras de poder político del régimen de Belgrado y su hombre fuerte, el presidente Slobodan Milosevic, permanecen intactos, y existen dudas fundadas de que la capacidad combativa de sus tropas en Kosovo haya quedado dañada de forma decisiva. Milosevic podría incluso salir como ganador de esta guerra, aunque pierda. Sólo su desaparición, acompañada de la caída de su régimen, sería un resultado honroso para la OTAN, la mayor alianza militar de la historia, cuando celebra su 50 aniversario. Sólo un éxito así, acompañado del retorno de las decenas de miles de albaneses a un Kosovo libre de tropas serbias, justificaría la empresa militar de la OTAN. La táctica elegida por la OTAN en la guerra contra Milosevic y Yugoslavia se basa, al menos de momento, en destrozar la economía del país, a base de destruir elementos esenciales como el abastecimiento de gasolina, las comunicaciones y fábricas e inmovilizar a las fuerzas armadas en Kosovo. Esto tiene un coste elevado en material, porque los misiles y los bombardeos resultan caros, pero casi nulo en vidas humanas en las propias filas. Esto tiene la enorme ventaja de que la guerra resulta más llevadera, que si los telespectadores de los países de la OTAN se viesen confrontados cada noche a las imágenes de ataúdes envueltos en la bandera patria.

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El problema de esta modalidad de guerra es si bastará para acabar con Milosevic y su régimen. Todos los días, desde el comienzo de los bombardeos, políticos de todos los países de la OTAN repiten una y otra vez que la guerra no se dirige contra la población de Yugoslavia, sino contra Milosevic y su régimen. Hasta ahora, la población de Yugoslavia no ha percibido nada de esto. Milosevic y sus muchachos parecen intocables. El pueblo padece las consecuencias de los bombardeos, en forma de racionamiento de gasolina, tabaco, y, tal vez pronto, con el desabastecimiento de productos básicos.

La población no percibe, por el momento, que la guerra sea contra Milosevic, sino que la padece en propia carne. El régimen de Belgrado ha conseguido que cale y se extienda el odio contra la OTAN y ha logrado que el dilema no sea "Milosevic o la libertad", sino "patriotas o traidores". De momento, el máximo signo de oposición registrado es la aparición en las paredes de Belgrado de unas 200 pintadas que preguntan: "Slobo, ¿dónde está Marko?". El hijo varón de Milosevic, en edad militar, al que no se le ha visto en uniforme.

El otro factor que podría desestabilizar a Milosevic y su régimen serían los militares. Por mucha fidelidad y disciplina que tengan, resulta difícil admitir que el Ejército pueda aguantar de forma indefinida una guerra, condenados a jugar al gato y al ratón, tratar de evitar que los golpes, sin poder llegar a tocar a un adversario que ataca desde fuera de su alcance. Salvo el golpe de suerte del derribo del avión invisible norteamericano F-117 A, los militares yugoslavos sólo han podido apuntarse el éxito de haber escamoteado en gran medida a sus efectivos de los bombardeos y tal vez buena parte de las defensas antiaéreas.

El pasado otoño Milosevic realizó una purga en el Ejército y destituyó a su comandante en jefe, el general Momcilo Perisic, quien había osado decir en público ante la tropa: "No podemos entrar en guerra contra todo el mundo". Ya en plena batalla, Milosevic depuró el mando del Ejército de Montenegro, por tener dudas fundadas de que podría alinearse junto a sus enemigos políticos que gobiernan en la segunda república yugoslava. Montenegro sería el escenario de la próxima crisis, si Milosevic sale indemne de la de Kosovo.

El punto de inflexión

Tras tres semanas de guerra, se puede afirmar que el nacionalismo herido de los serbios sigue la trayectoria de la conocida curva de la utilidad marginal decreciente en economía: crece todavía, aunque a menor velocidad que en los primeros días. Falta por ver si y cuándo se llega al punto de inflexión. Los países de la OTAN deberían considerar que en esa curva la caída tampoco es rápida. Para conseguir un desplome veloz la OTAN tendría que cambiar de inmediato su táctica de combate. Esto encierra un grave riesgo de pérdida de aviones y vidas humanas. Desde las alturas, donde ahora combate, parece difícil que la OTAN consiga acabar con los blindados de Milosevic y las matanzas y deportaciones en Kosovo. Esos blindados, tropas especiales y paramilitares constituyen el verdadero peligro para los albaneses y no los puentes de Novi Sad, las fábricas de Serbia o los cuarteles vacíos de Belgrado.

Esa lucha exige un contacto más directo, acercarse al enemigo, con la consecuencia inevitable de recibir un castigo como respuesta. Los aviones y helicópteros ya estarían al alcance de las tropas yugoslavas. En los países de la OTAN la opinión pública empezaría a preguntarse si merece la pena morir por Kosovo y esa es la baza con que cuenta Milosevic para resistir. Al final, el hombre malo de Belgrado podría conseguir un acuerdo de paz, que le permita seguir en el poder. Esto, por mucho que se maquille, sería su victoria.

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