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La lección de Tamara

FÉLIX BAYÓN Bajo la nariz aplastada a golpes de la niña Tamara -nueve meses- han comenzado a prender por fin las primeras sonrisas. En el hospital infantil de Málaga, la niña se repone de las trece fracturas sufridas en sus huesos y aprende a gozar con las caricias. Una semana después de que unos vecinos denunciaran los malos tratos que Tamara recibía de sus padres, los políticos y burócratas siguen sacudiéndose responsabilidades. Es toda una paradoja que cuantas más instituciones se ocupen de un asunto, peores terminen siendo los resultados. Hay departamentos de atención social autonómicos y municipales, hay fiscales y policías encargados de que no sucedan cosas así, pero, a la hora de la verdad, tanta bulla funcionarial sólo sirve para corear con más fuerza el "Yo no he sido" que, en estos casos, antecede al dictamen que, tautológicamente, sentencia que todo se debió a "descoordinación entre administraciones". La descoordinación entre administraciones ha dejado roto y maltrecho el cuerpecito de Tamara, cuya madre ya había tenido cuatro hijos más y todos le habían sido retirados por la asistencia social. La descoordinación entre administraciones provocó también que una niña de tres semanas llamada Lorena fuera abandonada por su madre la pasada Nochebuena. Antes, la madre de Lorena había tenido otros once hijos: todos ellos, custodiados por la beneficencia. Sucesos así sólo parecen servir para provocar los mea culpa de los funcionarios y llenar de carnaza las partes tiernas de los telediarios. Rara vez se reflexiona sobre los padres de los niños maltratados. Si tenemos en cuenta las páginas de sucesos de los periódicos, en este país nuestro sólo son prolíficas las madres marginadas que dan a luz criaturas como Lorena y Tamara. Tal fecundidad está envuelta en estos casos por sospechas de desidia y promiscuidad. Nadie osa pensar que las madres de Tamara y Lorena buscasen en la maternidad la ternura que la vida les niega, y trataran de proyectar en sus hijas la inalcanzable felicidad, imponiéndolas, como si fueran talismanes, esos nombres de gente aparentemente dichosa que sale en las revistas del corazón. Aunque, finalmente, el talismán les resultara inservible para luchar contra la locura que fatalmente impone la droga y la marginación. Muchas veces, el cine y la literatura nos hacen observar aristas desconocidas de la vida. Cualquiera que haya visto la película de Ken Loach Ladybird, Ladybird puede entender mejor a las madres de Tamara y Lorena. Puede comprender que, por mucho que alivie nuestras conciencias, no es una solución, sino apenas un parche, el castigo de las madres y la atención a los hijos maltratados. Casos como los de Tamara y Lorena nos podrían servir al menos para reflexionar sobre la ineficacia burocrática y sobre lo estúpida y cruel que es la ilegalización de las drogas, que ha demostrado servir sólo para enriquecer a los culpables y empujar a las víctimas a los márgenes de la sociedad. Los verdaderos culpables de las heridas de Tamara y Lorena no viven en barrios llenos de lodo, sino en los rincones más soleados de las ciudades.

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