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Tribuna
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¿Qué es ganar?

Andrés Ortega

La OTAN "ganará militar y políticamente". La afirmación del presidente Aznar ha sido contundente. Pero ¿qué es ganar? Aun sin entrar aquí en la diferencia entre el fin militar y el fin político de esta guerra, la respuesta resulta compleja. Para empezar, porque los dos bandos, el de Milosevic y el de la OTAN, no sólo tienen conceptos distintos sobre lo que es ganar, sino que sus objetivos parecen haber cambiado con el desarrollo de las operaciones y los acontecimientos, como suele ocurrir en muchas guerras: se inician por una razón y se terminan por otra. De una asimetría inicial en los fines, se está llegando a una simetría centrada en la figura de Milosevic.Para éste y su régimen, ganar es, ante todo, parar el ataque de la OTAN y sobrevivir políticamente a él. Si de paso puede salvar algunos muebles (militares y policiales) y quedarse Serbia con un trozo de Kosovo, mejor, desde su punto de vista. Otro de sus objetivos -dividir a la OTAN- parece haber fracasado debido a la brutal limpieza étnica y catástrofe humana que ha provocado, mientras que la ampliación territorial del conflicto sigue siendo una posibilidad. Milosevic sigue teniendo la iniciativa político-diplomática. ¿Hasta cuándo? Es posible que si para la OTAN se plantea tener que elegir entre lo que el historiador británico Niall Ferguson llama perder o alargar la guerra (lost or long), elija esta última vía. Muchos indicios apuntan en esta dirección, incluso sin una costosa ofensiva por tierra.

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La OTAN, que ha cometido varios fallos de bulto en su evaluación inicial, no sobreviviría a un fracaso, por lo que no puede dar marcha atrás. Pero para la Alianza hay una diferencia entre el corto y el medio o largo plazo en el concepto de "ganar". El primero ha quedado definido en las cinco condiciones puestas a Milosevic, que van bastante más allá de lo exigido en Rambouillet. Equivalen a una rendición militar al menos en Kosovo: cese verificable de toda ofensiva y represión; retirada de todas las tropas militares, paramilitares y policía; retorno de los refugiados y acceso sin paliativos para la ayuda humanitaria, es decir, invertir la limpieza étnica; un marco político para autogobierno del territorio (aunque quizá resulte conveniente no definirlo aún con demasiada precisión), y despliegue de una fuerza de seguridad internacional (con cautela, ya no se menciona a la OTAN como su centro). Tras estas condiciones hay otra implícita: no extender la guerra.

Es en los objetivos a más largo plazo que están implícitamente asumiendo la OTAN y sus miembros donde se complica más el escenario. Pues crece el convencimiento de que condición necesaria, mas no suficiente, para la paz y la estabilidad en la zona es acabar con Milosevic y su régimen, aunque hoy por hoy no haya una alternativa democrática clara (como tampoco la ha habido en otras dictaduras con apoyo popular hasta caído el dictador), e incluso los ataques la hayan dificultado. Estos bombardeos están desde un principio destinados no sólo a reducir la capacidad logística y militar del régimen sino a provocar una reacción de las Fuerzas Armadas yugoslavas, o incluso una reacción popular, en su contra. De momento, y pese a su inmensa superioridad en medios, la OTAN no ha tenido el éxito esperado en este fin alcanzable, pero no garantizado.

Si la guerra se detiene porque Milosevic acepte las condiciones que le pide la OTAN en Kosovo, entonces tendrá que ponerse en marcha una estrategia para neutralizarlo, aislarlo y, pacientemente, actuar en su contra -¿a la vez que se trata con él?-, mientras se piensa en un reajuste bálcánico general, en el futuro de la federación yugoslava y en el del propio Kosovo. No es descartable que la crisis pudiera entrar en un momento dado en un limbo más o menos prolongado. Al cabo, ganar, lo que se dice ganar -y la victoria también tendrá un precio-, implica acabar con Milosevic. ¿Por qué no lo admiten?

aortega@elpais

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