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La azafata que sólo ofrecía compañía

A veces la ambigüedad provoca malentendidos peligrosos. Eso le ocurrió a Josep O., un hombre que pagó 30.000 pesetas por "una azafata de compañía" y que acabó denunciado por agresión sexual. Casi cuatro años después del encuentro el titular del Juzgado de lo Penal número 3 de Barcelona, Santiago Vidal, lo ha absuelto en una sentencia que llama a las cosas por su nombre. "Es público y notorio que bajo estos eufemismos gramaticales se sabe que las secciones de "masajes, contactos y azafatas" de los diarios recogen precisamente una variada oferta sexual, perfectamente lícita en el ámbito del libre comercio", afirma. El entuerto ocurrió en agosto de 1994, cuando el acusado, de 54 años y vecino de Barcelona, leyó el anuncio, pasó a recoger a Sandrine, de 21, y se fueron a comer a Sitges. En un paraje abandonado se desnudaron y ella accedió a masturbarle con la condición de ponerse un guante, "a pesar de lo cual fue incapaz de eyacular", explica el juez. "Visto el resultado frustrante", prosigue, el hombre pidió que le devolviera el dinero, pero ella se negó. Discutieron, la chica no cedió, él le dio un empujón y la abandonó. Al llegar a Barcelona Sandrine fue a comisaria y lo acusó de robo y agresión sexual afirmando que no era lo que él pensaba. El juez dice que no le corresponde hacer "la más mínima valoración ética de este fenómeno mercantil, profundamente arraigado en nuestra sociedad" y explica que si la mujer hubiese presentado el anuncio en el juicio se podría haber deshecho el "hipotético equívoco" sobre si se excluía la "contraprestación sexual". Según la sentencia, todos los indicios hacen pensar que no era así, aunque el empujón a la chica le costará al cliente otras 30.000 pesetas. Se le condena por una falta de lesiones.

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