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Feminismo y Partido Popular JUDITH ASTELARRA

Judith Astelarra

No hay como un año electoral para que el 8 de marzo tenga un protagonismo en los partidos políticos que no tiene en otros momentos. Es verdad que en la última década el 8 de marzo se ha convertido en una fecha que no pasa desapercibida, aunque esto no siempre fue así. Fue el movimiento feminista de los setenta y los ochenta el que lo convirtió en una fecha digna de ser mencionada y recordada. Por ello, se ha institucionalizado la costumbre de que ese día los problemas de las mujeres vinculados a su desigualdad social tengan un espacio donde puedan ser discutidos y trasladados a la opinión pública. No estoy segura de si el Partido Popular también conmemoraba el 8 de marzo antes de ganar las elecciones. En todo caso, la relevancia que ha tenido la actividad de este año, con la intervención del presidente de Gobierno, ha sido especialmente destacada por los medios de comunicación. De ahí que parezca interesante comentarla. El Partido Popular llegó al Gobierno dispuesto a terminar con el Instituto de la Mujer. Sin embargo, no lo hizo y ha continuando actuando, impulsando diversos programas y un tercer plan de igualdad de oportunidades. Esto es positivo porque las políticas públicas en contra de la discriminación de las mujeres se han convertido en políticas de Estado: su permanencia se mantiene a pesar de la alternancia en el poder. Por eso resulta ahora interesante conocer cuál es el contenido específico que se le atribuye al principio de la igualdad entre mujeres y hombres. Es en este contexto en el que algunas de las manifestaciones antifeministas hechas por el presidente del Gobierno y por la señora Ana Mato, diputada del PP, pueden ser analizadas. ¿Era necesaria la descalificación del feminismo que se hizo? El movimiento feminista, tanto el decimonónico como el contemporáneo, ha sido siempre muy plural, con lo que siempre es posible encontrar alguna corriente con la que entablar relaciones. El feminismo liberal moderno, heredero directo del sufragismo y emparentado con el liberalismo político, es totalmente homologable para militantes de un partido de centro. En sus filas hay destacadas republicanas norteamericanas y liberales, democristianas y conservadoras europeas. Ni siquiera hace falta que un partido se defina como feminista o que sus militantes se sientan vinculadas a sectores de ese movimiento. Sólo se trata de admitir el valor histórico que el feminismo ha tenido, porque las militantes del PP no podrían votar, pertenecer a ese partido o ser parlamentarias si no hubieran existido esas sufragistas que padecieron la cárcel o que, como Olympes de Gouges, fueron guillotinadas. Y tampoco tendríamos hoy políticas públicas en contra de la discriminación de las mujeres, como las de igualdad de oportunidades, ni hablaríamos de democratizar la familia o redistribuir las tareas domésticas, ni exigiríamos condenar la violencia contra las mujeres, si el feminismo contemporáneo no hubiera existido.

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