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Aliado del tiempo

La primera vez que Francisco Jesús Campos miró el reloj de la Diputación de Jaén desde otra perspectiva tenía 10 años. Hasta entonces, como cualquiera, lo había contemplado desde abajo, coronando la equilibrada fachada del palacio provincial, anclado en un frontón curvo y sosteniendo un templete de hierro, el que aloja la campana. Ese día, hace más de un cuarto de siglo, subió con su padre hasta el techo mismo del palacio y, sorteando las vigas, llegó hasta la cámara de paredes encaladas donde se encuentran las tripas de un artefacto en el que la precisión sólo se deja alterar por el clima. "En verano, se dilata la maquinaria y adelanta dos minutos. En invierno, al revés, atrasa dos minutos". Desde esa primera vez, y hasta hace dos años, Francisco Jesús acompañó a menudo a su padre, Luis Campos. Aprendió a engrasar con un pincel cada parte de la maquinaria y a darle cuerda, con un manubrio -como los de los coches de principios de siglo-, para evitar que el tiempo se detuviera o las campanas dejaran de anunciarlo. Durante 40 años Luis Campos, se ocupó cotidianamente de mantener las piezas del engranaje en su sitio. Pero el tiempo no pasa en balde, ni siquiera para los relojeros. Así que hace un par de años, Francisco Jesús lo relevó. "Se le toma cariño a las cosas y...". Deja la frase en suspenso y sigue mostrando como funcionan las pesas, cómo se activa la campana o explicando que desde 1915 -fue instalado el 18 enero de ese año- este artilugio no ha faltado a su cita, salvo unos instantes, durante el verano pasado, cuando el intenso calor secó la grasa y detuvo los dijes. No es relojero profesional. Jamás ha reparado un reloj de pulsera. Sólo sabe, lo advierte el mismo, de éste y de otros cuatro singulares instrumentos de medición que se encuentran en diferentes salas del palacio provincial. Todos los días le dedica un rato. Incluso en jornadas festivas y durante las vacaciones, porque al cabo de 24 horas se agota la cuerda de las campanas, la de las manecillas aguanta hasta 72 horas, gracias a un "arreglillo" que reforzó las pesas. "Esto es muy sacrificado, no me puedo ir a ningún sitio", advierte. En verano su padre lo sustituye algunos días para que pueda disfrutar de algo de descanso. Francisco Jesús Campos no guarda anécdotas especiales, a pesar de que ha conocido al menos a cuatro presidentes del organismo provincial. Si mira hacia atrás piensa en la primera vez que subió sólo al reloj. "Fue un domingo. Tenía unos 14 años. Llamé a la puerta principal y me abrió un hombre que siempre estaba allí, Ismael se llamaba". Le habían comentado que en el último piso del palacio, donde se encuentra la angosta escalera de caracol que lleva al reloj habitaba un fantasma. "Pero yo no he visto nada, ni entonces ni después". De lo que está seguro es de que no tuvo miedo. "Es como ir a tu casa, lo haces todos los días". Sólo que de esta casa no tiene llave. "Mi padre si la tuvo; entrábamos siempre por la puerta principal", comenta. Cada día, le ajusta la hora por una minuta que se resiste a mencionar y cuya frecuencia no resulta tan exacta como el reloj. El péndulo se mece y el minutero del reloj interior, un reflejo a escala del de la calle, avanza lentamente. La campana marca los cuartos. Todo está en regla. "Como funciona nadie se fija; como se pare un día, seguro que todos empiezan a buscar al que no le ha dado cuerda", asegura. Pero en realidad es difícil no reparar en éste. En los documentos de la Diputación no aparece el escudo jiennense sino un reloj que marca las ocho en punto bajo un templete de hierro.

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