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'Lalbania'

Hubo una película, Lamerica, que hace unos pocos años nos conmovió con el brusco despertar del comunismo de un pobre país hecho cenizas que buscaba en la cercana Italia su tierra del capitalismo y la felicidad. Hoy, quienes asistimos al desesperado asalto a las barcazas de quienes corrían hacia esta orilla del rechazo estamos recibiendo la magnífica lección, la inolvidable lección que Albania nos da todos los días: la de que no importa cuánto espacio ocupa lo que no se tiene, si el vacío lo colma aquello que más necesario resulta en momentos como éste. Corazón y generosidad. Ninguna otra luz en este aciago par de semanas cumplidas en que hemos vivido apretando el estómago ante la tragedia de los albaneses-kosovares deportados, que es la tragedia de la Europa más oscura, más tribal y no tan alejada de nosotros mismos como podríamos creer. En sus aguas late la maldad profunda del río que describía Joseph Conrad, aquel que, por limpio que llegue a su desembocadura, mana aún, aunque en otro lugar, de ensangrentados manantiales.Albania, Lalbania, será desde ahora ese lugar que prometió y cumplió con la ternura, simplemente porque creía que lo tenía que hacer. Compartiendo su casi nada con los que llegaban desprovistos hasta de sus nombres. Un lugar en el que pensar antes de acostarse, un pensamiento para luchar contra la sospecha de que, de entre todas las especies, la nuestra es la que menos merece amanecer, en parte por perversa y, en parte, por inútil.

De Lamerica recuerdo, sobre todo, la danza esperanzada de aquella hermosa niña de ojos oscuros que creía que iba a ser salvada por el cine. Otro cine peor, el bélico sin remordimiento, ha arrancado de su lado a los niños y niñas que, llegados del otro lado de la frontera, quizá habrán compartido con ella su pobre lecho. Bailamos una melancólica melodía. Entre lo malo, que puede ser peor, y lo bello, que lo es más cuanto mayor resulta el sufrimiento.

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