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Tribuna
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Occidente debe imponerse en Kosovo a toda costa

Nosotros -la OTAN y EE UU- debemos imponernos en Kosovo.Debemos hacerlo sin ambigüedades, utilizando cuanta fuerza sea necesaria para cumplir el objetivo. Dados los nuevos hechos sobre el terreno, ya no cabe otra alternativa satisfactoria.La conducta genocida de Slobodan Milosevic y sus sicarios en Kosovo es mucho más que un ataque a una sola minoría étnica. Es un nuevo caso práctico de un viejo problema: el de si debe permitirse a un dictador sin escrúpulos aterrorizar impunemente una parte de Europa.

Si Milosevic triunfa en Kosovo, o más exactamente, si no conseguimos hacer manifiesto su fracaso, las repercusiones para Estados Unidos, la OTAN y todo Occidente serán profundas.

Dos guerras mundiales nos enseñaron que la seguridad no empieza y termina en nuestras costas. También aprendimos que nuestra relación con Europa nos resulta demasiado importante como para desentendernos de sus conflictos. Hoy no cabe discutir que Estados Unidos tiene profundos y duraderos intereses en una Europa en paz.

Estados Unidos no actuó en Bosnia tan pronto como debía haberlo hecho. Sin embargo, a finales de la primavera y principios del verano de 1995 sabíamos que teníamos que actuar. Británicos y franceses, cuyas tropas eran la columna vertebral de las fuerzas de la ONU en Bosnia, manifestaron que dejarían la región a finales de año. El Ejército serbobosnio, apoyado por Milosevic, tomó como rehenes a soldados de la ONU, masacró a miles de personas en Srbenica y amenazó con tomar la ciudad de Gorazde. A finales de julio de 1995, Estados Unidos persuadió en Londres a sus aliados de que un ataque a las "zonas de seguridad" tendría como réplica un uso sustancial y decisivo del arma aérea. Cuando los serbios bombardearon el mercado de Sarajevo, la OTAN respaldó sus palabras con una prolongada campaña de bombardeos. Esa campaña permitió al enviado de EE UU, Richard Holbrooke, persuadir a Milosevic de que acordara un alto el fuego, un conjunto de principios políticos y una conferencia de paz en Dayton. Supe, por la delegación serbia en Dayton, que el prolongado bombardeo fue en gran medida responsable del cambio de opinión de los serbios.

La situación a la que se enfrenta hoy la Alianza en Kosovo exige una acción decisiva de forma todavía más clamorosa que los acontecimientos de Bosnia en 1995.

Fiel a sus despreciable forma de actuar, Milosevic ha emprendido la expulsión o asesinato sistemáticos de personas que han tenido la temeridad de intentar que se reconozca su identidad. Sin embargo, hoy actúa con abierta desvergüenza, superando con mucho el papel en la sombra que desempeñó en Bosnia.

Si antes pudo haber alguna duda ahora está claro que Milosevic debe ser juzgado por crímenes de guerra. Ha creado una crisis humanitaria de abrumadoras dimensiones y ha desafiado, prácticamente provocado a las 19 naciones de la OTAN para que utilicen la fuerza para contenerle. No nos equivoquemos: Milosevic no concibió la idea de "limpiar" de albaneses Kosovo cuando las bombas de la OTAN empezaron a caer. Si Estados Unidos no actúa ahora con firmeza, EE UU y sus aliados europeos han perdido el norte por completo.

Recurriendo a mi experiencia personal con Milosevic creo que es un táctico, pero no un estratega. El acuerdo de Rambouillet le concedía la oportunidad de mantener un vínculo con Kosovo a la vez que satisfacía la condición de la OTAN de que la población albanokosovar recibiera un trato razonable. Milosevic perdió esa oportunidad, probablemente porque no supo verla.

Ahora ha cambiado la ecuación de forma brutal. Tenemos que actuar para garantizar que todos los refugiados de Kosovo regresen a un entorno seguro. Los acontecimientos de los últimos 12 días demuestran que ese resultado no es posible a no ser que se impida de forma permanente que Milosevic intervenga en los asuntos de Kosovo.

Tenemos que hacer cuanto sea necesario para reivindicar la autoridad de la comunidad internacional y detener el genocidio. Podemos y debemos intentar cumplir estos objetivos mediante el uso continuado e intensificado del poder aéreo. Tenemos que resistir la tentación de creer un fracaso la falta de un resultado inmediato y espectacular. Al mismo tiempo, deberíamos situar un contingente poderoso y móvil de fuerzas en Macedonia y Albania para proteger esas frágiles naciones y poner de manifiesto que no se ha excluido ninguna opción. Como alguien que ha ejercido y aconsejado la negociación como el mejor instrumento para resolver disputas, no me produce placer alguno ver cómo la sociedad civilizada recurre a la fuerza para poner fin a un conflicto. Sin embargo, muchas veces es la amenaza creíble de la fuerza lo que hace posible una resolución negociada de las disputas.

Evidentemente, Milosevic no cree que Estados Unidos vaya a tener la voluntad o el valor de utilizar la fuerza contra él de forma plena y eficaz. Si le damos la razón, si no hacemos cuanto sea necesario para derrotarle y llevarle ante la justicia por sus crímenes, nos arriesgamos a socavar la esencia de nuestra seguridad y nuestra diplomacia.

Warren Christopher fue secretario de Estado de EE UU de 1993 a 1997. © The Washington Post.

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