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Reportaje:PLAZA MENOR - SANTA GEMA

Fenómenos y prodigios

Hay otros mundos, pero están en éste, como intuyó el poeta Paul Éluard, y muchas veces no hay más que volver una esquina para tropezarse con ellos. Hay otros tiempos que conviven en el mismo tiempo, el neolítico y el cibernético, el tótem y la parabólica, separados no por milenios, sino por kilómetros, a veces metros.En el cogollo del moderno y acomodado barrio de Chamartín confluyen sin colisionar diversos mundos y distintas épocas, gracias a la intercesión de la taumatúrgica y fotogénica santa Gema Galgani Landi, santa con dos apellidos que pasó brevemente por la Tierra entre dos siglos, dejando una estela de olor (aroma) de santidad que se transformaría en loor después de su temprana muerte.

El loor de esta santa, que pudo ser la última del siglo XIX o la primera del XX, es lo que convoca cada 14 de marzo en torno de su santuario a una multitud de fieles que rodean literalmente el templo, formando un cordón sin fisuras que se prolonga por las apacibles calles de la colonia de El Viso.

Es una fila silenciosa y ordenada en la que nadie osaría colarse. No es una fila india, porque las devotas y devotos forman grupos: familias numerosas, padres que empujan los cochecitos de sus bebés, señoras con ostentosos abrigos de pieles junto a jovencitos en chándal, parejas de novios castamente enlazados de la mano, ancianas enlutadas, portadores de ramos de flores en ofrenda.

Rompen la compostura algunos bocinazos enérgicos, a la aglomeración humana se corresponde una procesión de coches que tratan de aparcar en las proximidades. Los peregrinos urbanos no pueden prescindir de su medio de transporte favorito, no llegan al santuario descalzos ni marchando sobre sus rodillas. Los conductores de los automóviles aún no han sido tocados por la gracia divina, sólo cuando pongan el pie en tierra se transformarán en pacíficas almas de Dios; a bordo de sus vehículos siguen siendo agresivos depredadores que compiten por un lugar bajo el sol y sobre el asfalto.

El santuario de Santa Gema, que tiene entrada por la calle de Leizarán, abre su flanco a la calle del Doctor Arce, área residencial y diplomática, a través de una plaza desguarnecida, cuyos jardincillos preside una estatua laica y no muy favorecida dedicada al político socialista Julián Besteiro. El monumento, que por su corta estatura parece maqueta de otro de mayor porte, es obra del escultor Pepe Noja, obra menor en comparación con las rotundas efigies de Indalecio Prieto y Largo Caballero, que el artista, especializado en próceres de la República, creó para los Nuevos Ministerios.

El raquitismo, síndrome muy extendido luego en la estatuaria municipal, se cebó con una instalación cuya accesibilidad permite que varias pandillas infantiles lo hayan convertido en escenario de sus juegos. Los niños, a los que sus píos progenitores han dado suelta porque no se están quietos en la cola, se persiguen dando vueltas alrededor del sufrido homenajeado y aparecen y desaparecen entre las caprichosas piedras que lo circundan.

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El santo varón socialista, presidente del PSOE, de la UGT y de las Cortes de la Segunda República, no puede competir con el culto a la santa italiana, que también sufrió lo suyo con las llagas y estigmas de la Pasión que le obsequió, como terrible prueba de sus favores, su místico esposo, Jesucristo.

Hay otros mundos y otros tiempos. Los mendigos que exhiben sus mutilaciones al paso de la procesión parecen salidos de una romería rural y medieval, hay una anciana gruesa y enlutada recostada en el suelo con las piernas abiertas en compás para mostrar los muñones vendados que rematan sus piernas hinchadas, y a pocos metros, un hombre enjuto y con la cabeza gacha que se despoja con dificultad del calcetín para liberar su pie deforme. El mercadillo de parafernalia religiosa instalado en las inmediaciones ofrece, sin embargo, las últimas innovaciones en plástico y luminotecnia; la agraciada santa, en su instantánea más difundida, figura como motivo en estampas, portarretratos, altarcitos, abanicos y carteritas con una cruz azul y la frase "soy católico, en caso de emergencia avise a un sacerdote". El mercadillo no es monográfico: santa Gema compite con una variada iconografía. Se venden abanicos con la verdadera efigie de la Virgen de Lourdes de El Escorial, la primera aparición itinerante con doble denominación de origen y sucursales, Sagrados Corazones de inquietante relieve, capillitas con bombillas y fosforescencias y una pulcra edición sin censurar del legítimo catecismo del padre Ripalda. De rondón, aunque en mínima proporción, se han colado en el mercadillo algunas profanidades de Taiwan y Hong Kong; las que más llaman la atención son las jaulas con pajarillos de falso peluche que pían desaforadamente accionados por la voz humana. El coro sintético alegra el concurrido bazar y sirve de fondo a los regateos y regaños de la clientela que no quiere pagar religiosamente los precios estipulados.

Santa Gema nació en Borgonovo de Cappanori-Camigliano el 12 de marzo de 1887, aunque sus devotos celebran la fiesta el 14. El 14 de cada mes se forman colas frente al santuario de Chamartín, pero la fiesta grande es el 14 de marzo, y si además es domingo como este año, la multitud se engrosa hasta extremos que sólo conoce su gran competidor madrileño, el Cristo de Medinaceli.

El santuario mantiene abiertas de par en par sus puertas principales y desde la calle se divisa el presbiterio, presidido por la estilizada figura de la santa con el pelo modestamente recogido, negro el hábito y baja la vista, concentrada en la Sagrada Forma que le ofrece a sus pies un angelito de rizada cabellera. El orden de la multitud se desbarata un poco en el atrio, donde se forman aglomeraciones, y ni la misma santa, con sus milagrosos poderes, puede evitar que algunos amigos de lo ajeno se aprovechen de la involuntaria caridad de los devotos.

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