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Adán y Eva, un cuento ingenuo

En este final de siglo de espíritu tan complaciente, me ha llamado la atención el libro La evolución: de la Ciencia a la Filosofía, que le ha publicado la Editorial Club Universitario al profesor de Filosofía Antonio Hernández. En tal obra, intenta analizar lo irracional de la creencia de que Dios ha creado el universo a partir de la nada, analizando todos los aspectos de la relación entre los mitos y la Filosofía, como entre ésta y las ciencias experimentales. Desde luego, si se utiliza el ensayo aludido de libro de texto o como libro de lectura se puede encontrar algún profesor -a mí mismo me ha ocurrido en algunas ocasiones- con ciertos alumnos que han sido evangelizados por alguna de las sectas estadounidenses que operan por España y que de ninguna manera, por innumerables pruebas que les muestres, aceptarán los resultados innegables de la teoría de la evolución de Darwin: la descendencia del hombre por evolución de los primates. Ciertamente, resulta más cómodo tratar superficialmente los temas de la programación más conflictivos. No es el caso de Antonio Hernández, pues en el libro aludido no para de ofrecer detalles de la falta de rigor del cuento mitológico de que provenimos de Adán y Eva, y lo racional de las teorías científicas o filosóficas. Hoy en día, casi nadie está por la labor de la debida racionalización y pocas personas dedicarían cientos de horas de trabajo en elaborar un ensayo perfectamente documentado; aunque se obtuviese un accésit en la convocatoria de los XV Premios Francisco Giner de los Ríos a la mejora de la calidad educativa del año 1997, como merecidamente se lo han concedido a Antonio Hernández por el ensayo citado. Sin embargo, yo no soy la persona más adecuada para aconsejar a nadie que no realice investigaciones de este tipo; puesto que en mi novela histórica La pedagogía del terror católico. La Santa Inquisición, el Anticristo y el adventismo alicantino, de Ediciones de Ponent, persigo similares objetivos a los de Antonio Hernández y espero que a ambos nos dejen en paz los seguidores de creencias irracionales y advenedizas que pululan por la Comunidad Valenciana: ellos profesando la fe que les venga en gana y nosotros intentando demostrar la superioridad de los planteamientos filosóficos respecto a los teológicos o religiosos con la misma libertad que ellos. Se entiende que el tema de la teoría de la evolución de Darwin aún provoque rechazos y animadversiones por tratarse de una de las teorías con las que el hombre moderno, del Renacimiento a la actualidad, ha perdido el orgullo: ya costó asimilar que la Tierra no es el centro del universo sino un planeta más en órbita alrededor del Sol, como demostraron Copérnico y Galileo, para que pocos siglos después el naturalista Charles Darwin nos demostrara que no hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, si nuestros primeros padres fueron Adán y Eva, como asegura cándidamente el primer libro de la Biblia, al descender el hombre de los monos según esta genealogía tan poco divina: primero monos y simios, Driopitecus, Ramapitecus, Oreopitecus; Australopitecus, Afarensis, Africanu; Robustus, Boisei, Homo hábilis; Homo erectus, Atlantropus, Pitecántropus, Sinántropus; Anteneandertalensis; Homo antecessor, Homo sapiens (entre estos últimos nos encontramos nosotros, y Bill Clinton, quien por cuestiones domésticas suele ordenar el bombardeo de países cuyos gobernantes no le ríen sus gracias o se oponen a su hegemonía económica mundial). De una vez por todas, los seguidores de mitos podrían aceptar nuestro poco angelical origen animal; ya que es tan evidente el hecho cierto de la evolución de las especies como que no está claro que Dios o los dioses existan. Además, en el caso de que existiesen, como nos enseñó el filósofo Epicuro, lo mismo tiene porque no se ocuparían en absoluto de los asuntos humanos.

Raimundo Montero es profesor de Filosofía.

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