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Reportaje:EXCURSIONES

Nacimiento súbito

Este bello río del macizo de Ayllón surge de golpe en una hoz fantasmal entre Villacadima y Grado del Pico

Irse a buscar el nacimiento de un río vivaracho y truchero como el Aguisejo al desierto de Villacadima puede parecer, a primera vista, una sinrazón. Tendido sobre un páramo pelado en el confín oriental del macizo de Ayllón, a 1.315 metros de altura sobre el remoto mar, y en la cabecera de un barranco más seco que el ojo de Inés, el pueblo abandonado de Villacadima parece un buen lugar, más bien, para leer a Jorge Manrique: "Pues aquel gran condestable... / Sus infinitos tesoros, / sus villas e sus lugares, / su mandar, / ¿qué le fueron sino lloros? / ¿qué fueron sino pesares / al dexar?".A aquel gran condestable de Castilla don Álvaro de Luna (1388-1453) perteneció Villacadima, junto con otros 35 lugares de población que integraban la Comunidad de Villa y Tierra de Ayllón, un vasto feudo montano que, como el río Aguisejo, extendía sus tentáculos desde la sierra hasta casi la ribera del Duero.

Luego fue del marqués de Villena y, al abolirse los señoríos y comunidades en el siglo XIX, sus vecinos pasaron a depender de Atienza (Guadalajara), hasta que, a principios de los años setenta, trocaron para siempre sus dilatados campos y sus casas de mampostería caliza por cubículos de ladrillo en la ciudad. Excepción hecha de media docena de ellos que aún vuelve, contracorriente, por vacaciones. Así pues, aunque estas ruinas caen del lado de Guadalajara, lazos históricos unen a Villacadima con la villa de Ayllón (Segovia) desde los días de la reconquista. De esa época -siglo XII- data la iglesia románica de San Pedro, que pese al abandono conserva intacta su portada con varias arquivoltas semicirculares y decoración geométrica y vegetal que, a los que saben de esto, les huele a mudéjar. Y también les unen lazos hidrográficos, como veremos.

A las afueras del caserío, hacia poniente, se alza junto al camposanto la ermita de San Roque, y al pie de ésta se abre el barranco del arroyo de los Prados, que no es azul como lo pintan en los mapas, sino gris como las rocas calizas de su lecho seco: vestigio es de un río de edades más pluviosas, tributario del Aguisejo, que hoy pena como un espectro sediento entre las ruinas de cercas y bancales. Avanzando desde la ermita por el fondo del barranco en el sentido teórico de las aguas, nos iremos adentrando en una hoz de paredes cada vez más altas y escarpadas, que aquí y allá presentan enormes voladizos, graderíos, espolones y oquedades que, convenientemente tapiadas, hacen las veces de majadas. Aulagas, jaras, enebros y algunos pocos pinos silvestres salpican un paisaje que, por lo demás, es descarnado y fantasmal como una osamenta.

Por este árido corredor, al que enseguida se unen por la izquierda el barranco del arroyo de la Sima y por la derecha el de Valdequiciosa, ambos igualmente secos, llegaremos en una hora al manadero, ya en tierras segovianas. Y es en este paraje de brusco verdor donde advertiremos que, en realidad, el agua que debiera fluir por los arroyos antedichos lo hace por conductos subterráneos, típicos del terreno calizo, para acabar aflorando de sopetón en este burbujeante surgidero que es una suerte de jacuzzi rupestre, rodeado de césped, álamos y cantiles frecuentados por escaladores. Tal es el nacimiento súbito del Aguisejo que, tras larga gestación eu las entrañas de la sierra, viene al mundo ya hecho y derecho.

Junto al manadero arranca una pista de tierra que, en media hora más, nos va a conducir hasta Grado del Pico bordeando una vega de cuento, con su molino, sus prados risueños surcados por regueras y el caserío del pueblo apiñado en una colina sobre el río, en torno a una preciosa iglesia románica. Aquí acaba nuestra excursión, pero las aguas del Aguisejo siguen corriendo entre chopos hacia Santibáñez de Ayllón, Estebanvela, Francos, Ayllón, Mazagatos y Languilla, donde se las bebe el río Riaza, que a su vez se las entrega al Duero y por éste "van a dar en la mar, / qu"es el morir".

Flores, prados y alamedas

Dónde. Villacadima (Guadalajara) dista 165 kilómetros de Ma-drid. Se va por la carretera de Burgos (A-1), tomando por la tercera salida que hay pasado el túnel de Somosierra (N-110, dirección Soria) hacia Riaza y Ayllón, luego por la comarcal 114 hacia Atienza y, entre los kilómetros 86 y 85, por el desvío a Galve.Cuándo. Paseo fácil de tres horas -cinco kilómetros de ida y otros tantos de vuelta por el mismo ca-mino-, casi llano -Villacadima, 1.315 metros; Grado del Pico, 1.273-, que en primavera es doblemente ameno por la floración de aulagas y jaras, así como por el verdor de los prados y alamedas de la zona del Manadero.

Quién. José Luis Cepillo, Francisco Ruiz y Juan Madrid son los autores de Andar por las sierras de Guadalajara, guía de Libros Penthalon en la que se describen éste y otros itinerarios por la zona.

Y qué más. Aunque el camino no tiene pérdida, pues se anda en todo momento por el fondo de un barranco, sirve, para hacerse una composición de lugar, la hoja 20-17 del Servicio Geográfico del Ejército o la equivalente (432) del Instituto Geográfico Nacional. También mapa Sierras de Ayllón y Ocejón, de La Tienda Verde.

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