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Soler

FÉLIX BAYÓN Los que nos aburrimos con el fútbol tenemos que echar mano a cualquier cosa si queremos entusiasmarnos. En los últimos tiempos, desde que leí que un fiscal sospecha que una parte de mis impuestos han servido para financiar al Atlético de Madrid, sigo los resultados de este equipo, pero no lo hago por devoción, sino sólo por interés, como quien ojea las cotizaciones de una sociedad de la que es accionista. A falta de un equipo al que poder cantar los goles, a los que no nos gusta el fútbol no nos queda más consuelo que alegrarnos por otras cosas: por ejemplo, por los éxitos de los amigos. Antonio Soler ha ganado el premio Primavera de novela y sus amigos no vamos a parar de celebrarlo hasta que llegue el verano. La elaboración de una novela es algo que se hace en solitario y hasta que se acaba no hay manera de imaginar cuáles son los resultados. No es como el fútbol, en el que se puede hacer balance semana a semana. Sin embargo, hace meses que era evidente que Antonio estaba escribiendo una novela maravillosa. La mejor prueba era la cara de gusto que se le ponía cada vez que alguien le preguntaba cómo iba y respondía sonriente: "Va saliendo". Soler es de los que entienden la literatura como un oficio artesano y a él se dedica con prodigiosa tozudez, porque lo suyo es tozudez y no vocación. Vocación literaria es una expresión tan gastada que sólo se puede aplicar a aquellos que en cuanto acaban de escribir su primer relato salen a toda prisa a tomarse medidas por si les llaman los de la Academia y tienen que hacerse un frac. Lo de Antonio es otra cosa. Desde su primer libro, Extranjeros en la noche, viene regalándonos esas extraordinarias historias de náufragos que se le ocurren y que sabe contar con tanta ternura. Como muchos malagueños, Soler se quedó sin pasado el día que la piqueta acabó con los barrios de La Trinidad y El Perchel. Es quizá esa la peor orfandad: la de no poder volver a pisar jamás las calles de la infancia. A falta de esa geografía de la niñez, Soler se ha ido rodeando de personajes y amigos que fueran mitigándole el desamparo, pero con el tiempo ha ido mezclándolo todo: se ha hecho amigo de sus personajes y ha convertido en personajes a sus amigos. Por eso llena de cariño sus novelas. Salir de copas con Antonio Soler es entrar en sus libros. Callejeando con él por Málaga te topas inevitablemente con Luisito Sanjuán o con Paco Textil y al doblar una esquina descubres al cantaor gitano desdentado que una vez protagonizó un artículo suyo que era a la vez una bellísima y lúcida reflexión sobre el fracaso. Antonio es mucho más que un escritor: es casi un parque temático ambulante. Acabaron con el barrio de su infancia, pero no con su memoria, porque lleva a cuestas sus recuerdos hechos vida. Un amigo común, de las pocas personas que ha tenido la suerte de leer el manuscrito de su novela premiada, "El nombre que ahora digo", adelantó misterioso que, en esta obra coral en la que el amor y la amistad son los sentimientos protagonistas, la troupe Soler se ha incrementado con nuevos fichajes: hay un mago y un novillero muy rojo que se parecen mucho a dos de sus mejores amigos. Por lo que se ve, el parque temático que Soler lleva a cuestas está en ampliación.

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