Europeos
Periódicamente, casi a fecha fija, nos vestimos de europeos. Pretendemos serlo o quieren que lo seamos -incluso verdaderamente lo somos más- con ocasión de eventos especialmente importantes, aunque sucedan regularmente desde hace años. Tal como las elecciones al Parlamento Europeo, la designación de presidente de la Comisión o la celebración de una trascendental cumbre de jefes de Estado y de Gobierno, como la que mañana comienza en Berlín.Esto no solamente nos ocurre a los españoles, sino a todos los ciudadanos de la Unión Europea. Sin embargo, un acontecimiento no precisamente regular, como la dimisión de la Comisión, nos afecta a nosotros, "españoles-europeos" de modo singular. Como es sabido, en Berlín se va a discutir la Agenda 2000, esto es, las finanzas de la Unión para los próximos años, uno de cuyos capítulos más importantes es el de los fondos estructurales y de cohesión, que la presidencia alemana y diversos Estados del Norte pretenden reformar e incluso eliminar.
La caída de esta Comisión incide sobre nosotros porque era favorable a la posición española sobre dichos fondos. Fondos que nos han posibilitado cumplir los famosos criterios de convergencia y acceder a la zona euro, dado que anualmente la UE nos ha financiado una parte de nuestro déficit público (1,2% del PIB), lo que nos convierte -hay que ser agradecidos- en "europeos-españoles". No obstante, debemos recordar a nuestros generosos donantes que con este sistema toda la Unión se beneficia, porque con nuestro crecimiento también cada año les facilitamos el acceso a los mercados del Sur, en continua expansión.
En cualquier caso, todos nosotros, "españoles-españoles", estamos volcados en la conservación de esos fondos, justa reivindicación no sólo para el desarrollo español, sino para el de toda la Europa del Sur hasta que alcance la media comunitaria. Algo que precisamente estos días recuerda la prensa británica, adalid de las tesis norteñas, al referirse al liderazgo español en la defensa de los fondos de cohesión: "El fondo fue una victoria de Felipe González para ayuda a los miembros más pobres a hacer frente a los desafíos de la unión monetaria. Aznar le acusó en su día de pedigüeño, pero el actual presidente de Gobierno no puede permitirse perder la financiación que su predecesor obtuvo". (Financial Times, 11-3-1999).
No es previsible que los recursos financieros que impiden que los desequilibrios sean perpetuos queden borrados de un plumazo, pero el propósito de reforma es obvio. Nada alarmante si no se olvida la solidaridad debida por los más ricos a quienes no lo son tanto. Lo preocupante no es la reforma en sí, que, bien concebida y gestionada por todos, no tiene por qué ser negativa. Lo inquietante es la conjunción en estos últimos meses de diversos factores que no benefician a la Europa menos afortunada, la más necesitada de un europeísmo solidario.
¿Cómo afectará a la estabilidad y al nivel de empleo de los países sureños del euro (España, Italia, Portugal, Irlanda) una política monetaria en gran medida decidida por el Norte? ¿Por qué tanto interés en la ampliación al Este de Europa y el desinterés creciente por el proceso mediterráneo de Barcelona, una de cuyas manifestaciones es la propuesta de Alemania, Reino Unido y Bélgica de que las reuniones de los ministros de Asuntos Exteriores tengan lugar cada dos años frente a la anualidad sostenida por España, Francia, Italia y Portugal?
¿Equivaldría Lafontaine a europeísmo, mientras que Schröder significa más alemanismo? ¿Qué intenciones abrigan quienes en los medios de comunicación del Norte hablan de lucha entre el Norte y el Sur, adjetivándola de "cultural, religiosa, climática y geográfica" y poniendo en boca de uno de los comisarios septentrionales que "tenemos un choque de culturas, no ya en el Parlamento sino en la misma Comisión"? Algo hay que sin duda daña el Sur y es que, como recuerda Xavier Vidal-Folch, el desaguisado institucional recién producido en Bruselas da al traste con la entente Comisión-Parlamento. Algo que durante años ha permitido el avance del espíritu y de la realidad supranacionales frente a la desconfianza u hostilidad de diversos Estados nacionales y a veces del propio Consejo Europeo.
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