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Reportaje:

El éxodo se reaviva en Rusia

Los brotes antisemitas y la crisis económica duplican la emigración a Israel de judíos de la antigua URSS

El antisemitismo cobró fuerza en Alemania cuando el país estaba humillado en la época de entreguerras. Después, con Hitler en el poder, fue ya imposible de detener. La misma semilla ha prendido históricamente en Rusia, de donde, no sin razón, procede la palabra pogromo, y, aunque adormecida, echa brotes en cuanto las circunstancias lo favorecen.Es lo que ocurre ahora, en plena crisis económica y social, con decenas de millones de trabajadores que llevan meses sin cobrar salarios que apenas permiten una supervivencia digna y con la frustración que provoca que Occidente trate a Rusia como a un pordiosero y no como a la superpotencia que todavía era hace apenas 10 años.

Con la perestroika del último presidente soviético, Mijaíl Gorbachov, y con la desintegración de la URSS se abrieron las puertas de Rusia a gentes que llegaron a ser prisioneros en su propio país, y centenares de miles de judíos rusos emigraron a Occidente, fundamentalmente a Israel. Allí, su fuerza, organizada en partido político, con el antiguo disidente Anatoli Sharanski al frente, ha llegado incluso a resultar decisiva para formar coaliciones de Gobierno.

Cuando las aguas se serenaron, el éxodo se ralentizó, pero ahora parece cobrar un nuevo impulso, según Alla Levi, directora de una agencia especializada, que, en declaraciones a la agencia Reuters, asegura que, en los dos primeros meses de este año, 3.300 judíos han emigrado a Israel, algo más del doble que en el mismo periodo de 1998.

Se van porque no ven futuro en Rusia, se han quedado en paro o llevan meses sin cobrar. Circunstancias similares padece también buena parte de la población del país más extenso de la Tierra, y que tiene a cerca del 30% de la población por debajo del límite de la pobreza.

Sin embargo, hay otro elemento que, según Levi, se ha unido a los motivos económicos a la hora de emigrar hacia la tierra prometida: el despertar del dormido tigre del antisemitismo. De vez en cuando (la última en la ciudad siberiana de Novosibirsk, este mismo mes) se produce algún acto de vandalismo o terrorismo contra una sinagoga o un centro cultural judío. También esporádicamente, algún dirigente político, sobre todo de la izquierda del partido comunista, señala a los judíos como responsables de todos los males que afligen a Rusia.

El líder comunista, Guennadi Ziugánov, asegura que hay que terminar con el antisemitismo en Rusia, "pero también con la rusofobia", que lleva a despreciar todo lo propio. El hombre que, en 1996, disputó la presidencia a Borís Yeltsin ha resuelto, sin demasiado quebranto, el escándalo provocado por las declaraciones antisemitas de dos halcones de su partido, los diputados Albert Makashov y Víktor Iliujin. El propio Ziugánov llegó a decir el año pasado: "Miren al Gobierno. No verán una sola cara rusa".

Una situación muy diferente a la que existía, por ejemplo, en tiempos de Leonid Breznev, cuando se aplicaba este criterio hacia los judíos: "Ni ascenderlos, ni meterles en el partido ni expulsarlos". Con Stalin, a partir de 1925, había sido mucho peor, y los judíos fueron víctimas significadas de la represión, a veces a manos de verdugos igualmente judíos, que no por eso pudieron luego salvar el pellejo.

Pese a ser un país con más de cien etnias, los judíos, de los que sólo quedan en Rusia unos centenares de miles, han tenido casi siempre una relevancia muy por encima de su importancia numérica, ya desde los tiempos de la revolución bolchevique, en la que Trotski y Dzerzhinski, por ejemplo, jugaron papeles relevantes. Ahora, su poder es económico y mediático, además de político, y se plasma en personajes tan polémicos como el maquiavélico magnate Borís Berezovski. También son judíos otros oligarcas como Vladímir Gusinski y Mijaíl Fridman y, a medias, el ex primer ministro Serguéi Kiriyenko o el ex vicejefe de Gobierno Borís Nemtsov. Hasta se ha intentado rastrear este origen en el propio Yevgueni Primakov. El mensaje de Iliujin y Makashov ha tenido eco, hasta el punto de que (aparentemente con el acuerdo de la dirección del partido) ambos encabezarán un frente electoral que pretende recabar en las legislativas de diciembre votos ultranacionalistas que, en otras ocasiones, caerían en el saco del estrafalario Vladímir Zhirinovski. Con esta estrategia se aspira a aumentar el techo electoral comunista, que difícilmente superaría en otras circunstancias el 30%.

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