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Cierre por liquidación JOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

¿Es posible ser de izquierdas? ¿Es posible la democracia cuando el dirigente político queda reducido al papel de funcionario del poder económico? ¿Hay lugar para la política? La dimisión de Oskar Lafontaine debería hacer reflotar estas cuestiones. Altivo, soberbio y doctrinario, Lafontaine no es santo de mi devoción. Pero es innegable que su renuncia confirma que no es posible salirse un milímetro de la ortodoxia económica. Lafontaine se ha ido. Una vez despedida la criada respondona, el director del Banco Central europeo podrá seguir humillando a los ministros de Finanzas imponiendo su despotismo tecnocrático a la legitimidad democrática de los gobiernos elegidos por sufragio universal, los empresarios verán facilitado su deseo de pagar menos impuestos y los inmigrantes seguirán siendo ciudadanos de segunda categoría. Pero la economía irá bien, dicen. Siempre había pensado, como el poeta Raymond Queneau, que el objetivo de la democracia era el bienestar de los ciudadanos, y no el cumplimiento inexorable de las leyes del mercado y de la economía. Harvey Cox, profesor de teología en la Universidad de Harvard, publica en el último número de The Atlantic Monthly un ingenioso artículo sobre "el mercado como Dios". La democracia no ha tenido suerte. Nació para emancipar la política de la tutela de lo religioso y acaba sometida al mercado, convertido en nueva divinidad. En realidad, estas sumisiones están contraindicadas con la idea de democracia. En el pasado se quiso sustituir la tutela divina por el imperativo de las leyes de la naturaleza o de la historia, y la democracia desapareció en manos del totalitarismo. ¿Cuál es el destino de la democracia en manos del mercado y su corte clerical de funcionarios? Lester C. Thurow ha advertido de la precariedad de la democracia en el futuro del capitalismo. Que la democracia y el capitalismo "tienen unas ideas muy diferentes sobre la correcta distribución del poder" es una obviedad. La democracia se fundamenta en una distribución igualitaria del poder (sufragio universal), la eficiencia del capitalismo se basa en "la supervivencia del más fuerte y en las desigualdades en el poder adquisitivo". Durante muchos años se ha hecho virtud de este antagonismo. Si la riqueza y el poder político son las principales fuentes del poder en las democracias capitalistas, era necesario encontrar unos mecanismos que hicieran interesante el aparejamiento. Thurow señala dos factores: la capacidad de convertir poder económico en poder político o, a la inversa, poder político en poder económico y la disposición de los gobiernos a desplegar una gran actividad para modificar los resultados del mercado y generar una más equitativa distribución de los ingresos. De modo que los perdedores de la economía de mercado eran integrados por la acción del gobierno que intentaba incluirles en el reparto. Pero el equilibrio se está rompiendo por liquidación de la política. El marxismo vulgar hablaba de la determinación económica en última instancia y definía la sociedad ideal como aquella en que, superadas las contradicciones sociales, la política dejaba paso a la administración de las cosas. Ahí estamos, por obra y gracia del FMI y compañía: la democracia está siendo reemplazada por una aristocracia y a la política se le han prometido vacaciones pagadas indefinidas. El viejo Aristóteles lo tenía bastante claro: o el vínculo civil tiene por fin el interés general y funda la república o tiene por fin el interés privado y es el despotismo. Si la Unión Europea significa la eliminación de la posibilidad de optar entre políticas distintas, la democracia estará, por lo menos, en precario. ¿Qué sentido tiene elegir si el margen de elección es mínimo? ¿Se trata simplemente de asegurar la alternancia para evitar que los que gobiernan se perpetúen en el poder y sus vicios? ¿Por qué entonces no optamos por el sorteo, que en definitiva es la forma más pura de democracia porque es la única que da a todos las mismas posibilidades? Se oyen a menudo voces de almas buenas escandalizadas porque el debate político está dominado por la corrupción. ¿De qué quieren que se debata si no hay margen para las propuestas alternativas? Si las políticas diseñadas por la aristocracia delegada del poder económico son las únicas posibles, la política se reduce a una cuestión de renovación generacional y la confrontación ideológica queda sustituida por la persecución de las cuentas ocultas del adversario. De modo que el control del Ejecutivo se desplaza al juzgado de guardia, y los parlamentos, lugar propio de la democracia, quedan para simples espectáculos representativos. Sobre todo, no hacer política. En un arrebato de optimismo, pensaba en la suerte que tenemos en Cataluña, donde el debate político todavía parece posible. Y leo que desde el partido socialista reprochan a Maragall que plantee temas conflictivos. Uno, ingenuamente, pensaba que después de la orden de Pujol a los suyos de nacionalizar Barcelona las cosas estaban claras y que la confrontación entre un proyecto de nacionalización permanente del país y un proyecto de ampliación de los límites de lo correcto nos brindaría el insólito espectáculo de un debate político a mayor gloria del modelo catalán. Nada de eso: evitar los temas conflictivos. Y seguir administrando los silencios. Pujol debería saber que la política ya no se lleva. Se nota que es antiguo.

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