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Luis Peña Ganchegui

Por su aspecto, entre bohemio y bonachón, se diría de Luis Peña Ganchegui (Oñati, 1926) que es un escritor finisecular, acaso un filósofo interesado en escribir o preguntarse sobre la vida cotidiana de las gentes, es decir, atender con humildad a la tarea más grandiosa y permanente. Incluso la buena convivencia que mantiene su sentido del humor y su espíritu gruñón y tajante perfilan aún mas acusadamente esa primera imagen equivocada de su profesión. Incluso la sordera ratifica el perfil noventayochista de este arquitecto que profesa un absoluto respeto a la naturaleza y reclama el servicio social de su labor. Peña Ganchegui recibió la pasada semana el VIII Premio Camuñas de Arquitectura, que otorga la Fundación del mismo nombre, en reconocimiento a su trayectoria profesional. Los premios biográficos son seguramente muy difíciles de otorgar y muy agradecidos de recibir. Curiosamente, Luis Peña se encontró en la terna final junto a Oriol Bohigas, que le ayudó 20 años atrás a crear la Escuela de Arquitectura de San Sebastián, en la que ahora el arquitecto oñatiarra imparte magisterio y reclama criticismo a los alumnos, frente al pesimismo dominante. Lo cierto es que con Peña Ganchegui, la Fundación Camuñas premiaba algo más que el entorno periférico, acaso un espíritu ilustrado, que tiene en la naturaleza un punto de referencia permanente, quizá un arquitecto "químicamente puro", como le definió el jurado. La confusión social es enorme en este terreno. Arquitectura-urbanismo, industria-naturaleza, público-privado son binomios que se entremezclan habitualmente en la labor del antiguo arquitecto cuando afronta la nueva ciudad. Luis Peña Ganchegui es un arquitecto básico que tiene a gala en su obra principal la construcción de viviendas, allí donde el hombre habita, y que le permiten definirse como "un arquitecto del servicio público". Miraconcha, Imanolena, Mutriku constituyen un eje fundamental de una obra que incluye la torre de Zarautz o la colaboración con Chillida en el Peine de los vientos, mediante la Plaza del Tenis, en San Sebastián o la Plaza de los Fueros de Vitoria. Lo público como esqueleto de una arquitectura culta, frente a la demagogia que en su opinión se advina en la que surge de las inmobiliarias, demasiado alejada del entorno en el que se produce y manifiesta, utilitarista. Peña Ganchegui lamenta el segundo orden que ocupan los arquitectos en la situación actual, salvo unos pocos, entre los que destaca a Norman Foster y Rafael Moneo, como garantes de la ilustración que debe acompañar la labor arquitectónica, en tanto predomina una arquitectura demasiado aislada, de edificios singulares. Hoy en día, mucho de lo que se construye desde lo público está coartado por una ambición desmedida de singularismo, como si esta única cuestión justificara cualquier toma de postura. Peña Ganchegui cultiva una visión estricta del modernismo y amplia del racionalismo, que el paso del tiempo no ha desmentido, aunque a veces sí arrinconado. Rebeldía universitaria Su tono de rebeldía se manfiesta más gráficamente en lo que atañe a su labor docente en la Escuela de Arquitectura en la Universidad del País Vasco. Ahí reclama el arquitecto un grado mayor de debate, de discusión, a pesar de las urgencias que acucian al alumado ante el futuro, para que sobreviva la capacidad de iniciativa sobre la satifacción puntual de las necesidades o encargos. Seguramente, reclama lo mismo del profesorado, también susceptible de caer en la tentación explicativa que evite la confrontación de ideas bajo el subterfugio del academicismo dominante. Periférico (si por ello se entiende distinto a la Escuela de Madrid), naturalista, territorialista (con su obra básicamente implantada en el País Vasco), Peña Ganchegui da rienda suelta a su inquietud investigadora al mismo tiempo que cultiva los factores naturales de su entorno habitual. En el fondo, la rebeldía parte siempre por igual de la convicción y del contraste, de la ironía y del sentido del humor, de gruñir contra lo intolerable y contra la intolerancia. Y en eso Peña Ganchegui no ha cambiado. Sigue siendo un modernista que esconde bajo sus pobladas patillas un aspecto clásico de hombre bonachón. Un arquitecto que hace casas empieza a ser excepcional.

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