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FALLAS DE VALENCIA

El gitano Montoya

Hubo un torero gitano que se puso a torear al natural. Unas veces lo hacía como los ángeles; otras, como alma que lleva el diablo. Dependía del toro, por supuesto. El toro, que tuvo casta agresiva, le trajo por la calle de la amargura. El toro, que tuvo temperamento pastueño, se rebozó en los naturales que el torero gitano le mecía con inspirada dulzura.Su gitanería no la podía negar el torero porque se llama Montoya y es moreno de verde luna. Salió vestido de triste -comentó alguien por allí-, pero no era verdad: venía vestido de Rafael de Paula, con un terno nazareno y azabache muy del gusto de los toreros gitanos. Después de los azarosos incidentes acaecidos con el toro de casta agresiva, el terno quedó embarrado, y la faz morena de verde luna del gitano Montoya, también. Fue porque menudearon los achuchones, las tarascadas, las caídas, los revolcones. No obstante, en cuanto recuperaba la verticalidad, ya estaba haciéndose presente otra vez, la muleta en la izquierda, intentando tenazmente, denodadamente, el toreo al natural.

Guardiola / Casanova, Mompó, Montoya Novillos (sin caballos) de Salvador Guardiola, bien presentados, con casta noble

José Casanova: estocada trasera (oreja); pinchazo, estocada y rueda de peones (silencio). Joaquín Mompó: pinchazo, estocada a un tiempo, rueda de peones, dos descabellos (aviso) y cuatro descabellos (silencio); estocada delantera atravesadísima que asoma casi toda, estocada caída, rueda de peones, cuatro descabellos y otro en el que se lesiona un brazo (silencio); pasó a la enfermería. Juan Miguel Montoya: estocada muy tendida aguantando, pinchazo saliendo arrollado, estocada tendida -aviso con mucho retraso- y estocada delantera(palmas); media atravesada y estocada (oreja). Plaza de Valencia, 12 de marzo. 1ª corrida de la Feria de las Fallas (fuera de abono). Menos de media entrada.

No es que el toro sacara malas intenciones. Es que tenía casta brava. La sangre esa especial del toro de lidia que mide a los toreros y da mérito a la fiesta. Venimos diciendo toro y deberíamos precisar novillo -mejor eral-, pues de una novillada sin caballos se trataba. Mas ahí le duele. Porque ese novillo de los batacazos, y algún otro después, habría necesitado caballos, puyazos que le relajara la fiereza y le ahormara la fachada levantisca.

Novilleros de escuela anunciaban los carteles. Y quien organizó la función, que es el director de la Escola de Tauromaquia de València, matador de toros rertirado llamado El Turia -Francisco Barrios en el Registro Civil-, les preparó una novillada de lujo; una novillada de las que deberían salir siempre, pues sólo un ganado así da importancia a la fiesta y mide a los toreros.

Entre naturales y acosones se pudo apreciar que el gitano Montoya quiere ser torero. Entre los aspirantes a doctorarse en el arte de Cúchares suele haber dos categorías: una, los que quieren ser toreros; otra, los que quieren ser Enrique Ponce. Suele ocurrir en todos los ámbitos de la vida, para inquietud de los papás de las criaturas. Va un adolescente, dice -por ejemplo- que quiere ser artista, y su padre lo puede comprender. En cambio, si va y le dice que quiere ser Robert Redford, le deja perplejo, o quizá con ganas de pegarse un tiro.

Los colegas de Montoya sospecha uno que quieren ser Enrique Ponce. La concepción pegapasista del toreo que se les apreciaba y las posturas que ponían eran, por lo menos, muy parecidas. Ambos muletearon muy decorosamente. Y José Casanova, que lo hizo con facilidad, templanza y buen oficio al flojo eral que abrió plaza, no pudo con la casta del cuarto, que embestía recrecido. Joaquín Mompó se enfrentó a más bonancible género y desarrolló largas faenas en las que no faltaron naturales de buen corte, trincherillas y otros detalles pintureros. Mató mal. Y en la tarea de descabellar al quinto, al dar el golpe se debió de descoyuntar un brazo y hubo de retirarse a la enfermería conteniendo a duras penas el intenso dolor.

Saltó a la arena, finalmente, el segundo novillo del gitano Montoya, que lo recibió con un veroniqueo desaseado y movido. El gitano Montoya, con la capa parecía que no quería ser torero, ni Enrique Ponce tampoco. Llegó, sin embargo, el tercio de muerte -hoy convertido en turno de muleta- y allí se vio quién es él. Ya peinadas las guedejas de la negra cabellera, ya limpio de polvo el terno nazareno y azabache, ya en lo alto el ánimo, pasó por redondos a guisa de prólogo y, tomada a continuación la muleta con la izquierda, cuajó tres soberanas tandas de naturales.

El toreo al natural en sus puras esencias ejecutó Juan Miguel Montoya, y aquella estampa del toro de casta embebido en los vuelos de una muleta que mecía la inspiración parecía un sueño. A lo mejor lo era. Un principiante que no quiere ser Robert Redford, sino torero auténtico, es insólito acontecimiento, añejo uso que permanecía perdido en la noche de los tiempos.

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