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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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... Y al sauce le crecerán las hojas MONIKA ZGUSTOVÁ

Monika Zgustova

Con una entrada para ver Tot esperant Godot entro en el vestíbulo del Teatre Lliure. Hace tiempo que no había venido, y es que en los últimos años parecía como si, tras la muerte de Fabià Puigserver y el intermezzo parisino de Lluís Pasqual, el teatro hubiera perdido su identidad, y con ella aquella atmósfera de complicidad y fraternidad que tanto cuesta crear. Con el retorno de Lluís Pasqual como director y Anna Lizaran como actriz principal -o mejor dicho actor, en su papel de Vladímir- el teatro parece haber recuperado también su público de antaño: tan familiares me resultan las caras y los ademanes de los que gesticulan, un pitillo en la mano, en el vestíbulo. Sin alguno de sus fundadores, el Lliure no es el Lliure, y a esta ciudad le hace mucha falta Lluís Pasqual. Y ya entro en la sala del teatro. Desde la segunda fila donde me toca sentarme, la escenografía de Frederic Amat se distingue en todos sus detalles: un muro apabullante y opresivo al pie del cual se desparrama un no menos angustioso desierto de nuestros días, compuesto por desechos industriales ennegrecidos por el asfalto, plástico quemado, y el esqueleto metálico de un árbol, un sauce al que, en el segundo acto, le crecerán un par de hojas. Ante esa escenografía el espectador tiene la sensación de que no hay a donde ir, no hay posibilidad de huir. La espléndida actuación de los intérpretes, con un Marc Martínez sobrecogedor hasta cortar el aliento, en el papel de Lucky, infunde significado al no lugar entre el muro y el desierto escultura de desechos negros. Durante el descanso de esta magnífica representación leo las líneas que Lluís Pasqual escribió para el programa de mano, desde su punto de vista de director de la obra. Según él, Godot es, también, los innumerables Godots que esperamos cada día, y la espera se produce siempre después de un desastre, de una catástrofe, de un momento de desesperación, de descreimiento. Cuando Beckett escribió su obra, el mundo vivía bajo el mortal absurdo de la II Guerra Mundial e Hiroshima. ¿Qué cabía esperar después de aquello? ¿Qué espera es la nuestra?, me pregunto, ¿cuál es la catástrofe que nosotros acabamos de superar? Sin duda, la tiranía de las ideologías. Y es que al demostrarse la falsedad de las ideologías que han marcado el siglo XX, al descubrirse la profundidad de la catástrofe que ha causado la fe ciega en las tesis, aún no evaluada en su totalidad, el hombre contemporáneo no tiene nada en que apoyarse y, al igual que Vladímir y Estragón en la obra de Beckett, se enfrenta al vacío de la existencia. La tiranía de la ideología. Su carga se percibe incluso en las páginas que decido leer a continuación durante el descanso: en el -por lo demás muy digno- prólogo a la versión catalana de Tot esperant Godot, firmado por Joaquim Molas y publicado 20 años antes de la caída de los muros ideológicos. Molas afirma: "Pozzó i Lucky són el símbol de les relacions econòmico-socials existents. El capitalisme mena el proletariat pel coll, amb una llarga corda, el sotmet als seus mínims desitjos i capricis i, tot i que se n"ha servit com a esclau i com a diversió i n"ha après la lliçó de la vida, se"n desfà quan ja no li és útil". Menos mal, me digo, que con los años hemos superado la fascinación del simplismo ideológico y buscamos interpretar las obras literarias sin depender de las tesis políticas. Hoy en día Lluís Pasqual, que insufló a la obra un sentido marcadamente optimista -y la obra lo tiene, si se lee bien-, dice en su texto sobre la pieza que hay que encontrar el sentido de la existencia en la espera misma, superando la tentación de colgarnos del sauce. Y yo añado mentalmente: y superando la tentación de buscar amparo en tesis ideológicas, cualesquiera que sean. Vivir es poder esperar algo, aunque sea verle crecer las hojas al sauce. Tras la representación, el restaurante del Lliure se llena de gente que cena ruidosa y alegremente, muchos personajes del mundo teatral barcelonés pululan entre ella. Pero ante mis ojos se pasean otras personas: los cuatro tristes comediantes de la obra que acabo de ver, cuatro seres humanos que oscilan entre la confianza y el desaliento, la esperanza y el escepticismo, cuatro supervivientes de todas sus derrotas, cuatro seres como nosotros. Y como Noé, o como Deucalión y Pirrha, que, tras el diluvio mitológico, lograron que la humanidad renaciera. Como renace, al final de Tot esperan Godot, el sauce raquítico en el escenario.

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