El condón de Kubrick
LUIS DANIEL IZPIZUA No me gusta el condón. Y es que no me imagino a la Venus de Milo o al Doriforo con calcetines. He ahí una razón estética. luego hay otras razones más carnosas que me voy a abstener de detallar, no vaya a ser que me retiren la columna al almacén. Quizá las razones de monseñor Carles contra el minijubón sean similares a las mías. No le deben de gustar las hojas de parra, y tal vez añore el jardín del Edén, en el que esas cosas no eran necesarias. Pero fuimos expulsados, y no quiero ponerme tétrico y recordarles lo que ha llovido desde entonces. Bueno sí, debemos caminar hacia la Nueva Jerusalén, hacia un renovado estado de inocencia. ¿Es el condón el gran obstáculo para ello? Pinochet, al parecer, no debía usarlo. Arremete monseñor Carles contra la banalización de la ética. No entiendo muy bien a qué se pueda referir con esas palabras que tenga relación con el preservativo. ¿Es acaso la abstinencia una norma ética cuando no es fruto de una opción libremente asumida, sino consecuencia de la fatalidad y del terror, y no precisamente a Dios? Si lo es, por qué la Iglesia no la prescribe como norma general, y por qué el matrimonio es un sacramento. ¿Donde comienza la falta en el caso de dos personas que se aman sin preservativo y deciden de pronto empezar a utilizar el artilugio? ¿Pecaban ya antes de usarlo o sólo después? ¿Radica la falta en la intención, obviamente opuesta a la procreación después de? ¿Y si la intención era también contraria a la procreación antes de? ¿Sería el cursus naturae (no contrariado en el primer supuesto), al margen de la intención (sí en el segundo), el que determinara la falta? Y si es así, ¿qué tiene que ver el amor con el cursus naturae, qué la abstinencia, y qué tiene que ver con el cursus naturae la resurrección de los muertos? ¿Cree realmente la Iglesia en el amor, al margen de que se le llene la boca con esa palabra? La Iglesia no ha sido capaz de elaborar una ética del amor, coito incluso, porque lo ha supeditado siempre a la procreación. Ha regulado la economía del sexo, de cuyo poder ha sido siempre consciente, pero para la que el amor no es exigencia. Y es que el amor es otra cosa y plantea preguntas como la siguiente: ¿es lícito que dos personas se amen per se, sin deseo expreso de descendencia; es más, con deseo deliberado de no tenerla porque consideran su relación inviolable? Si lo es, ¿no tendrían derecho esas personas a utilizar los medios que hagan posible su determinación, siempre y cuando no atenten contra su dignidad e integridad personal? Cierta ética, no forzosamente laica, responderá que sí a esas preguntas. La Iglesia siempre dirá que no. La razón puede ser de índole más teológica que ética: ¿puede la voluntad humana regular la creación, que es siempre fruto de la omnipotencia divina? Pero si el problema se plantea en esos términos, nos cabría entonces preguntar si es el cursus naturae el cauce único de la voluntad de Dios. y en ese caso, ¿no se sustrae también el abstinente al cursus naturae y por lo tanto a la voluntad de Dios? ¿No sería la abstinencia el gran pecado? ¿Por que la soledad es una figura ética encomiable y no lo es el amor de dos, solo de dos? La Iglesia no ha dado aún una respuesta convincente a esta pregunta y se limita a banalizar con condones. Pero el mundo se la está exigiendo. Y bien, qué tiene que ver todo esto con Stanley Kubrick, se habrán preguntado ya. Desconozco si al gran director le gustaban o no los condones. Sé que no le gustaban los aviones -a mí tampoco- y que creó unas cuantas obras mayores con cuentagotas. He dicho creó, aunque no me gusta la palabra, porque en su caso hubo una afán meticuloso de crear obras personales. Kubrick no se resignó a que los demás no viéramos lo mismo que él veía en sus películas. Todos los elementos azarosos que se dan en el proceso de recepción debían ser superados. De ahí sus exigencias y, seguramente, sus rarezas. Lo entiendo perfectamente. Tiene que ser desesperante sospechar que los demás no van a sentir, por ejemplo, la misma convulsión que tú ante ese fragmento musical en ese momento determinado. Quería estar en cada uno de nosotros a través de sus películas. Y eso es algo distinto a procrear. Es, justamente, hacer el amor con el universo mundo. Todas sus rarezas derivaban de que a toda costa quería hacerlo sin condón.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.