Norte
DE PASADALa pérdida del norte - la propia, la del prójimo o ambas- es una sensación que se percibe con una preocupante frecuencia y que consiste en no saber con seguridad por dónde se va para arriba, cuál es la calle de abajo y, sobre todo, en qué lado tiene uno la mano derecha y en cuál la izquierda. Abundan los desorientados, los perdidos, los caminantes sin brújula que pensando que van a Murcia escogen el camino de Antequera por una cuestión de interés o cortesía. Quizá queriendo ir a Cádiz para coger el barco de Cuba acabó en Roma el alcalde de Motril, el socialista Luis Manuel Rubiales. Decimos bien que fue a Roma, pero no al Coliseo ni a la Plaza de España sino a El Vaticano y, una vez allí, no a la Capilla Sixtina a admirar los frescos de Miguel Ángel sino a la basílica de San Pedro donde el Papa -el Papa de Roma- estaba consagrando de nuevo la odiosa división entre los santos mártires y los otros muertos de la guerra civil española. Rubiales participó en el Vaticano no en la simple beatificación de ocho hombres de buena voluntad asesinados de mala manera en Motril en el fragor de una guerra sino en la exaltación simbólica del bando de los rebeldes y en el desprecio, también simbólico, de quienes murieron vilmente por defender la República legítima. El arzobispo de Granada, Antonio Cañizares, culpó de la muerte de los religiosos a la "turba" y al "populacho". ¿Qué es el PSOE? ¿Dónde está el norte? ¿Dónde tenemos la mano derecha? ¿Por dónde se va a Antequera? Con los brazos hechos un mar de dudas, o un mar de nudos, se han debido de quedar los miembros de la Federación Ecologista de Granada que, tras agasajar con el premio Aguas de Mayo al alcalde Gabriel Díaz Berbel, por su promesa de demoler el restaurante Rey Chico, ahora se lo quieren arrebatar por cambiar de opinión. Más apropiado sería inhabilitar a los ecologistas como otorgadores de premios por confiar en la derecha que, como sabemos todos los perplejos, es una dirección que cae por el centro. Más o menos en el centro de Granada está la calle Moral Alta, que es una calle de reminiscencias optimistas, en donde la Policía encontró abandonados candelabros, jarrones y cálices de una cofradía de Semana Santa. Acaso los dejó allí un peregrino sin rumbo que, buscando reparar su moral, creyó que había llegado a una de las siete colinas de Roma. ALEJANDRO V. GARCÍA
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.