Horror al vacío
LUIS MANUEL RUIZ He observado que el fenómeno que se produce en Mairena del Aljarafe, el municipio de la periferia de Sevilla en donde vivo, es experimentado también con mayor o menor virulencia en otras zonas de nuestra geografía. Hablo de una experiencia estupefaciente y algo terrorífica, que hace tambalearse cada día a cientos de pacíficos peatones o inocentes automovilistas que no dejan de preguntarse cómo el paisaje puede sufrir esas alteraciones tan inmediatas y alarmantes, con todo el estrépito de un insulto bien pronunciado. Esos peatones, esos conductores y yo sabemos que cualquier mañana podemos despertarnos y descubrir, apenas hayamos terminado de enjuagarnos los dientes y colocado el café en la hornilla, que en la aburrida parcela que hasta anoche envolvía un campo de futbito de enfrente del jardín con un desaliño de jaramagos y hierbas rebeldes, acaba de crecer una monstruosa torre de ocho pisos, o quizá se celebre alguno de esos prodigios de estrechez y equilibrismo a que nos han acostumbrado las inmobiliarias con las casitas unifamiliares, o, mejor aún, reluzca un flamante centro comercial de diseño aeroespacial, con todos sus focos y remaches, con los obligatorios cincuenta cines, cadenas de comida rápida, cervecerías in vitro. Mi amiga y vecina Lula se lamenta, con cierta nostalgia de épocas menos hostiles, de que cada vez exista mayor escasez de lugares donde llevar a que su resignado perrito Curro practique los paseos diuréticos que le corresponden dos veces al día, y ya se habrá encontrado con que efectúe donde efectúe sus otras deposiciones, siempre existirá algún voyeur indiscreto que asista a la ceremonia desde la ventana más próxima, generalmente por encima de su cabeza. El Ayuntamiento, que hace conocer su parecer por intermedio de terceros, opina que la urbanización del territorio es beneficiosa, porque eso permite acceder a no sé qué historia de subvenciones y catastros: como resultado de su liberalidad, el cambio de la fisonomía de las calles se produce siguiendo un inquebrantable ciclo diario; si Ireneo Funes era capaz de registrar el transcurso de una sola noche en los rasgos de una persona que había asistido a un velorio, cualquiera de mis vecinos y yo podemos advertir el paso de las horas y los minutos mirando cómo progresan en altura esos esqueletos grises que parasitan las cunetas. Ahora me han dicho que detrás del río, en Tablada, van a convertir un kilometraje de pastos en más bloques, superficies comerciales, urbanizaciones carcelarias. Mi padre, que algunas veces suele pasear hasta los Remedios cruzando el antiguo puente de hierro, va a tener la oportunidad de presenciar cómo cada tarde esa prolija Babilonia crece en el horizonte, en un esfuerzo urbanístico sólo comparable al impulsado por Charlton Heston para Ramsés en la colorida superproducción de Cecil B. de Mile. Claro que aquí no encontrará esfinges y los obeliscos que Hollywood prodiga con tanta alegría, sino esos edificios de ladrillo rojo con aspilleras y sombreros de hormigón que recuerda no al pasado, sino a un futuro también cinematográfico: a la claustrofobia en blanco y negro de Fritz Lang en Metrópolis.
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