Nada hay más libre que una lengua
Una reciente campaña en el País Vasco sobre posibles niños analfabetos me hizo meditar. Soy una chica de 22 años, analfabeta en muchos aspectos de la vida. Soy una filóloga recién licenciada, analfabeta en economía, ciencias o política. Soy una hija, una hermana y amiga, pero según me lo muestran mis vivencias, ¡analfabeta en tantos aspectos del trato humano! Analfabeta, en fin, en tantas cosas. Y aquí estoy y sobrevivo. O mejor expresado de acuerdo con mis sentimientos, vivo.Soy quien soy por haber nacido en una época y sociedad determinadas y por haber sido educada en una cultura, lengua y tradiciones que yo no elegí y ante las que tengo dos opciones: sentirlas como propias e identificarme con ellas, o rechazarlas para siempre. Pero escoger una cultura y una lengua no me aísla ni me excluye de las demás, al contrario, pienso que me acerca a aquellas personas con quienes las comparto y me da derecho a desear conocer otras lenguas y culturas distintas. Derecho y deseo, pero no obligación, en ningún lugar o momento, pues nada hay más libre que una lengua.
He tenido la experiencia del recuerdo de la represión en mi propio hogar. Ese recuerdo, que pasa de boca en boca, perenne e indeleble, con la firmeza y la magia de la tradición oral.
Mi padre es gallego, y en tantas ocasiones ha recordado con una expresión de adulto, pero unos ojos y una mente anclados en su infancia y juventud, lo duro que era vivir sin libertad; el no tener la mínima libertad de poder hablar la lengua de tu hogar, la lengua en la que te enseñan, en la que te quieren, en la que cantas, en la que rezas, en la que juegas, te regañan, la lengua en la que sueñas... Y lo que suponía ir a la ciudad y ser insultado por no hablar un castellano impecable, sino un gallego provinciano. Pero los tiempos cambian, y con los nacionalismos y autonomías, hoy en Galicia todo el mundo habla gallego. Lo sepa o no el interlocutor, bien o mal hablado, todos dicen conocerlo y hablarlo. Pero yo sé que no todo el gallego que se escucha es el gallego de los poemas, el de los ancianos de los pueblos que apenas hablan castellano, el que se habla en torno al lar en una fría noche. Como se ha demostrado en el devenir de la historia, a una comunidad se le podrá imponer y quitar todo por la fuerza, menos su lengua y su cultura. Pero una comunidad ni debería ver arrebatada su lengua ni debería imponérsela a los de fuera. Yo en mi hogar he conocido en libertad dos lenguas, y con ellas el alma viva de dos pueblos distintos, pero unidos. En libertad las he disfrutado, y en libertad puedo elegir decir cada día "buenos días, mamá" o "boas noites, meu pai", y nadie podrá jamás arrebatarme ni imponerme ese privilegio.-
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