Ciudadano del mundo
¡Qué orgulloso estoy de vivir en el barrio donde resido y qué contento estoy de haber nacido en esta capital! Pero les aseguro que esto no constituye óbice, obstáculo, cortapisa, valladar, handicap, impedimento, traba, embarazo, estorbo, rémora, dificultad, inconveniente, limitación, problema, objeción ni reparo para que me sienta sumamente feliz por ser ciudadano de un país tan enriquecedoramente variopinto como es España. Igualmente, me siento muy dichoso de formar parte de un gran proyecto común, como es el de la creciente Comunidad Europea, que considero un gran paso en aras a conseguir esa maravillosa "utopía" que es el alcanzar un mundo unido, sin fronteras de ningún tipo. E incluso voy todavía más allá: me siento profundamente afortunado de formar parte de la gran obra del universo, allende los límites de nuestro viejo y castigado planeta Tierra, aunque sólo sea como una simple partícula -pensante- del inmenso puzzle ideado por el Creador. "¿A qué viene esta elucubración filosófica?", se preguntará el lector. Pues al simple hecho de que me siento absolutamente perplejo y sumamente apenado cuando veo que, en España y otros lugares del mundo, un exagerado sentimiento de lo particular tiende a eliminar lo general. ¿Desde cuándo la parte es más importante que el todo? ¿Es que pretendemos volver a los reinos de taifas, cuando precisamente a lo que se tiende es a todo lo contrario: unidades de convivencia, políticas empresariales y de todo tipo cada vez más amplias y complejas, que vayan haciendo caer toda clase de barreras entre los seres humanos? En resumen: sintámonos orgullosos de nuestras raíces, pero que esas raíces no nos sirvan de freno ni lastre, sino que nos impulsen, cada vez con más intensidad, a considerarnos ciudadanos del mundo.-
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