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Primakov se deshace de su principal adversario político y despeja el camino hacia el Kremlin

El primer ministro de Rusia, Yevgueni Primakov, ha ganado una batalla, pero resulta prematuro asegurar que ha ganado la guerra. La decisión del presidente, Borís Yeltsin, de despojar al magnate Borís Berezovski de la secretaría ejecutiva de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) tiene una lectura inmediata: que el primer ministro se ha deshecho de su principal enemigo y tiene despejado el camino hacia el Kremlin. La envergadura del personaje destituido permite sospechar, sin embargo, que el caso no está cerrado. Algunos presidentes de la CEI se sienten molestos y piensan que este caso será la puntilla para esta comunidad inventada por Rusia para mantener su influencia.

Dos factores invitan a la prudencia. El primero, que Yeltsin puede deshacerse de Primakov, al menos en teoría, si piensa que le hace sombra, lo que ya está ocurriendo. El segundo, que nadie sabe lo que Berezovski, comparado a veces con Rasputín por su maquiavélica capacidad para la intriga y su influencia sobre el zar Borís y su familia, puede sacar de sus archivos secretos (su principal base de poder) para cobrarse cumplida venganza.En noviembre de 1997, los cachorros reformistas Anatoli Chubáis y Borís Nemtsov arrancaron ya a Yeltsin el cese del magnate como vicesecretario del Consejo de Seguridad. Borís Berezovski se tragó el sapo, tiró de archivo y destapó un escándalo de corrupción que costó el puesto a Chubáis. Más tarde, con Serguéi Kiriyenko como primer ministro, un recién llegado que no le devolvía las llamadas de teléfono, segó la hierba bajo sus pies, y, de una tacada, se deshizo de él y del propio Nemtsov.

Los límites de su influencia se pusieron de manifiesto cuando, después de convencer a Yeltsin de que rescatase al ex jefe de Gobierno Víktor Chernomirdin y le presentase como relevo a la Duma, se encontró con que ésta, dominada por los comunistas y sus aliados, plantaba cara y rechazaba la operación, pese a la amenaza de disolución. Primakov es el resultado del consenso logrado, para desesperación de Borís Berezovski, que desde ese momento no dejó de buscar la forma de tomarse la ansiada revancha.

Lucha de poder

En Primakov, de 69 años, un veterano apparátchik comunista, ex jefe de los servicios de espionaje y ex ministro de Exteriores, es un enemigo de altura, capaz de librar batalla sin descomponer la figura. A los ataques en los medios controlados por Berezovski, el primer ministro contestó con un acoso que incluyó registros en empresas controladas por el magnate en busca de pruebas del supuesto espionaje telefónico (con fines de chantaje) a Yeltsin y los suyos, así como con una ofensiva a sus intereses en empresas como Aeroflot y la ORT, la primera cadena de televisión. Berezovski huyó hacia adelante, pero no midió bien sus fuerzas y las de su rival. Desató una campaña de rumores y acusaciones para dar la impresión de que los días de Primakov estaban contados. Incluso se publicaron nombres de los supuestos candidatos a la sucesión. Se llegó a publicar que Yeltsin había exigido al primer ministro que despidiese a sus ministros comunistas y que el vicejefe de Gobierno Yuri Masliukov y otros miembros del Gabinete estaban salpicados por la corrupción. El desenlace del enfrentamiento cobró la forma de petición de Yeltsin a los otros 11 líderes de los países de la Confederación de Estados Independientes (CEI) de que acepten el cese de Berezovski, lo que debería ocurrir en una cumbre a finales de este mes. Lo más probable es que sea un puro trámite, aunque algunos presidentes han mostrado su malestar por no haber sido ni siquiera consultados. El propio Berezovski, que se dice objeto de una conspiración, considera su destitución una medida imperialista, propia de los tiempos soviéticos y que deja en mal lugar la hipotética igualdad de todos los países de la CEI, fantasmagórica réplica de la Unión Europea con la que Rusia quiere mantener su influencia en la esfera de la antigua URSS (sólo están excluidos los tres países bálticos). El general Alexandr Lébed, gobernador de Krasnoyársk (gracias en parte al dinero de Berezovski), declaró ayer que el cese del magnate puede suponer la puntilla para la Confederación de Estados Independientes. Pero la importancia de la defenestración se mide sobre todo en un nivel interno ruso. Yeltsin, internado en un hospital, con un cuerpo que le traiciona cada día un poco más, quiere seguir dando la impresión de que aún lleva la vara de mando. Un día viaja a Jordania, poniendo en peligro su vida. Otro promete a Primakov que seguirá en su puesto hasta las presidenciales del 2000. Otro se deshace de Berezovski. Nadie sabe lo que pasa ahora por su mente, pero seguro que Yevgueni Primakov se remueve inquieto en su sillón. Parte de la clase política rusa aplaudió la decisión de Yeltsin de destituir a Berezovski. "Es una decisión justa", afirmó el presidente de la Duma, el comunista Guennadi Selezniov, quien acusó a Berezovski de utilizar el cargo en beneficio personal. Guennadi Ziugánov, líder del Partido Comunista, cuya prohibición propugna Berezovski, afirmó: "Por fin se ha impuesto la justicia". "Ahora se desarrollarán más activamente los procesos de integración en el marco de la CEI y habrá menos intrigas en la política rusa", añadió Ziuganov. El líder del grupo parlamentario del partido oficialista Nuestra Casa Rusia, Vladimir Rizhkov, se sumó también al regocijo de la oposición y declaró que Yeltsin "debió haber adoptado esa decisión hace mucho tiempo". "La conducta de Berezovski, un funcionario internacional que intentaba influir en demasía en la política interior rusa, excedía todos los marcos de la decencia", dijo Rizhkov.

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