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BALONCESTO - OCTAVOS DE FINAL DE LA EUROLIGA

Venganza con sabor a rancio

Luis Gómez

La gente asistió al viejo/nuevo pabellón con ganas de morbo. Parecía la tarde adecuada para reeditar aquellas otras tardes del pabellón, tardes de glorias europeas y ambiente neblinoso, de mucho tabaco y niñas pijas en la grada. Se convocó a todo el personal posible con un objetivo preciso: cumplir venganza sobre el turco. La verdad es que el partido tenía pestazo a rancio, como rancio parece el pabellón a pesar de tanto maquillaje como le han metido. Luego todo fue muy simple: un partido de mediano nivel en el que el Madrid sufrió lo suyo, pero ganó. Para no contradecir la atmósfera de la tarde, el choque tuvo su lugar para el recuerdo: hubo un momento en el que fue tal la obsesión madridista por sujetar a Kutluay que el muchacho se antojó un Petrovic cualquiera.Para fortuna madridista, Kutluay no era Petrovic, aunque el Madrid se empeñó en hacérselo creer. Kutluay es un escolta típico, un tirador nato, que puede complicarte la vida si se encuentra en día de gracia; tiene clase y un cierto aire a jugador pasado de moda. Es monotemático; defender, por ejemplo, lo hace con la mirada. No parece turco: pelo engominado y ademanes de señorito, pinta de niño de Serrano. Más pinta de turco tenían cualquiera de los dos Albertos. Mejores jugadores son también. Pero ayer dio la sensación de que el bueno era el otro.

REAL MADRID 85 - FENERBAHCE 74

Real Madrid: Lasa (12), Angulo (17), Herreros (26), Martin (2), Beard (15); Struelens (11), Santos (0) e Iturbe (2).Fenerbahce: Gilmore (0), Abi (6), Kutluay (21), Tabak (2), McRae (13); Kurtoglu (7), Kalamiza (15) y Lokmanchuk (10). Árbitros: De Kaisser (Bélgica) y Jovcic (Yugoslavia). Unos 5.000 espectadores (lleno) en la Ciudad Deportiva. El Madrid se enfrentará en cuartos al Teamsystem de Bolonia, que ganó 88-64 al Panathinaikos.

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Esa sola sensación es motivo suficiente para concluir que el Madrid no hizo un buen partido aunque obtuviera la clasificación. Sufrió más de lo necesario ante un rival claramente inferior y dio sensación de poca confianza en sus medios. Ello, a pesar de que arrancó con fuerza y se colocó en un 10-0 para abrir boca, marcador que pasó a un contundente 17-3 en corto espacio de tiempo. Sucedió, entonces, que el citado Kutluay encadenó una serie de canastas consecutivas, y el Madrid puso cara de pánico. El marcador se había situado en un estrecho 22-19 gracias a 11 tantos del muchacho.

Desde entonces hasta bien mediada la segunda parte se vivió una situación un tanto kafkiana: el Madrid estaba más preocupado por Kutluay que el Fenerbahce por Herreros, ello a pesar de que, minuto a minuto, la cuenta personal del jugador español era claramente superior. La obsesión comenzó colocándole a Santos como perro de presa, obsesión que luego se multiplicó por dos, con ayudas y situaciones de defensa dos contra uno. El muchacho se sintió importante y el pabellón tomó gesto de preocupación: esos gritos desde la grada rematando cada canasta turca como si cada canasta fuera una puñalada. Claramente, el Madrid se había atascado en su propia tozudez y el partido se le podía complicar sin remedio.

Tanto, que se vivió un momento de tensión cuando Kutluay encestó un triple con dos madridistas encima y se dirigió a la grada en un gesto provocativo. Era como desenterrar la memoria de Petrovic (47-46, a falta de 17 minutos): ese pabellón puesto como una furia y ese jugador en solitario haciendo de las suyas en la cancha. Los árbitros le pitaron una técnica y el partido se puso caliente. Era el momento de la verdad, de ver hasta dónde llegaba el muchacho, si era realmente nocivo. Después de algunas dudas, con el recinto por fin convertido en una caldera, el hombre en cuestión se fue desplomando. En realidad, había sido un efecto óptico: el chico tira bien, pero se lo tira todo. Según el partido se le fue haciendo grande al tirador turco, el Madrid recobraba la respiración. Y sólo, entonces, la gente pareció darse cuenta de que lo que tenía casa era mucho mejor. Herreros, sin ir más lejos. La tarde terminó en fiesta, comulgando el equipo con su gente en el viejo pabellón: la venganza, cumplida, el turco derrotado, el Madrid clasificado. Fue la puesta de largo de este recinto, en una tarde noche con sabor a rancio.

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