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Tribuna
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El imperio de la subvención

El amor a la subvención es una de las cualidades que adornan a numerosos protagonistas económicos en las economías europeas, fundadas, sin embargo, sobre las más solemnes proclamaciones de libertad económica, empresarial, de establecimiento, de movimientos de capitales y exigencias del más inmaculado ejercicio de la virtud de la competencia, como sucede en las normas fundacionales y posteriores en la UE. Y es que el operador económico no repara en puntillos de competencia y siempre que la excepción le favorezca se apunta a ella, sin dejar de protestar cuando el beneficiario es un competidor y de defender la libertad y el carácter impoluto de la competencia exigible. Los humanos, sobre todo los europeos, estamos hechos de contradicciones, sin que ello quiera decir que los no europeos sean de mejor condición, pero, en general, no se afanan tanto en la proclamación de la pureza. Por ello, beneficios tributarios y subvenciones están a la orden del día.Es lógico que sean partidarios de las subvenciones sus perceptores y también los que las imparten si al hacerlo disfrutan de discrecionalidad para hacer sentir al administrado lo importante que es el dispensador. Y es una fórmula tan generalizada que nadie osa levantar la voz para hacer no ya oposición, sino fina advertencia sobre las incongruencias que pueden darse.

Pero, cuando en el sistema subvencional se mezclan consideraciones nacionales se llega al paroxismo de los números que parecen aplastantes. Y así estamos viendo, en Europa, una lucha entre responsables políticos para ver quién mejora su saldo neto en sus relaciones financieras con la UE; y los políticos y comunicadores incitan a juzgar la bondad de la gestión de los responsables por el signo y tendencia del saldo que consigan. Claro que esos razonamientos envuelven grandes falacias: qué sentido tiene comparar lo que paga España con lo que recibe, con intención de juicio definitorio y definitivo, si lo que se recibe no lo recibe España, sino algunos españoles, y lo que paga sí que lo pagan todos, con criterio de proporcionalidad, por cierto, y no de progresividad. Habría que afinar mucho más el cálculo para fijar paganos y beneficiarios, por ejemplo, de los fondos estructurales (el segundo perceptor es Alemania, a causa de sus provincias orientales, precedido por España). Y sobre todo, ¿es que la UE es una cuestión de ventajas e inconvenientes que suman 0? Para ese viaje no haría falta UE ni tanta y tan compleja zarandaja. Porque puede suceder, y sucede, que el pueblo más beneficiado por el funcionamiento de la UE sea el que presenta un saldo financiero más negativo; y viceversa. De manera que los políticos respectivos habrían de juzgarse por algo más que el simplón criterio de un saldo de base falaz.

Y vayamos, por ejemplo, a la política agrícola, en la que la UE está dando un llamativo ejemplo de incongruencia escandalosa. Y digo escandalosa porque esa política se hace a costa no ya de los consumidores europeos sino de los productores de muchos países del otro mundo que tienen las lacras del subdesarrollo; aunque, eso sí, hay que llenar la boca (la propia) con palabras de solidaridad. Que nadie piense que soy mal patriota, que abogo por la supresión de tan oportuno maná; además de que tengo muchos amigos agricultores. Pero creo que es engañar a la gente poner todo el énfasis en lo que se saca en pesetas, euros, por tonelada, hectárea, producto y juzgar simplonamente por tan obvias magnitudes cuando de lo que se trata es de lograr una política que vaya poniendo las cosas, y las personas, en su sitio, incluidas las personas y las cosas extracomunitarias, en beneficio, al final, de todos los ciudadanos, incluidos los productores agrícolas dentro de la UE. Una política de adaptación inteligente que podría aportar mayor productividad a la economía comunitaria y, lo que es más importante, más justicia distributiva dentro y fuera de las fronteras comunitarias.

No es la mejor política la que obtiene los mejores saldos, sino la que acaba por proporcionar más bienestar a todos, incluidos algunos de fuera, cuya mejora se traduciría en más bienestar para nosotros, por no hablar de justicia, consideración que parecería menos apropiada en estos contextos numéricos.

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