"Culpable minoridad". Tregua y despotismo
JOSÉ M. PORTILLO VALDÉS Una de las frases más citadas del pensamiento ilustrado es la que abre el escrito de I. Kant titulado ¿Qué es la ilustración? de 1784: "La ilustración es la liberación del hombre de su culpable minoridad". Minoridad quería decir la incapacidad de utilizar y servirse de la inteligencia propia sin ser permanentemente guiado por otro. El resultado de esa pertinaz y extendida minoría de edad que el filósofo lamentaba, se traducía en una dirección por parte de ajenos tutores que decían al individuo cómo tenía que vivir, pensar y actuar, a la vez que lo anulaban para el uso público y político de su razón. Para eso ya estaban curas, generales, príncipes y ministros, pero no ciudadanos. La respuesta que ofrecía Kant a la pregunta de cómo lograr una época de la ilustración, esto es, donde el uso público de la razón permitiera a los ciudadanos sacudirse tutelas ajenas, se resume en una sola palabra: libertad. Aunque la historia europea, española y vasca en los doscientos quince años que nos separan de estas palabras no presente un glorioso camino hacia esa emancipación libertaria de la humanidad, podría suponerse que como principio general estaba ya aceptado. Nuestra salida de la dictadura franquista no es en realidad más que una recuperación de una autonomía racional de los ciudadanos y de las posibilidades de su traducción política y pública a través de la libertad, con su corolario de Constitución de derechos y Estatuto de autogobierno. Consecución de libertad en suma que no es un regalo del franquismo ni de los franquistas, sino conquista civil de la oposición antifranquista. Pero, ¿se acepta por todos que los ciudadanos somos autónomos y libres, que nadie tiene que tutelar nuestras decisiones, que no necesitamos ya curas, generales ni príncipes que nos digan lo que está bien o mal? Como en la presentación de las aventuras del galo Asterix, podríamos responder: "No, todavía existe un grupo terrorista que se resiste a aceptar que los vascos no somos menores". Los diferentes comunicados que ETA ha ido suministrándonos desde que la resistencia civil vasca y española obligó a los terroristas al anuncio de la tregua, como a los franquistas a olvidarse del monopolio del poder, están concebidos desde la suposición de que los vascos somos todavía políticamente menores. Como antes los curas, militares y príncipes, ETA no sólo quiere aleccionar sino obligar, señalando el camino de perfección nacional que forzosamente debemos recorrer todos para dar satisfacción al déspota. Así, se permite felicitar a los súbditos que siempre han sabido marchar al paso del son militar, animar con palmaditas en la espalda a los que ahora van entrando en ella y, ¡cómo no!, amenazar con su implacable castigo a todos los que nos salimos una y otra vez de la fila. Teniendo a los vascos por incapacitados para la política, ya ETA señaló en qué consistía nuestra felicidad pública: Euskal Herria. Por ello, desde su primer dictado, los terroristas exigieron que toda la política vasca quedara supeditada a ese fin esencial: el gasto público, el modelo educativo, los medios de comunicación, el uso de los idiomas, etc. Todo debía conspirar a un mismo fin, el decidido por ETA, bajo la amenaza permanente (¡Ojo!, que nos seguimos "abasteciendo"). Treinta y seis años antes de que Kant escribiera las palabras que recordaba al principio, Montesquieu estableció en El espíritu de las leyes que así como la virtud ciudadana es principio de la república, el miedo lo es del despotismo. Es la lección que mejor tienen asimilada los terroristas.
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