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Las nuevas andanzas de Cortadillo

Miguel de Cervantes hizo su incursión en la novela picaresca con dos personajes simpáticos y llenos de optimismo, Rinconete y Cortadillo. El escritor Julio M. de la Rosa (Sevilla, 1935) sopesaba desde hace tiempo la idea de descubrir qué fue de este par de pillos en el punto en que Cervantes dejó de escribir sus andanzas. "¿Quién no ha sentido alguna vez, conmovido hasta los huesos por la novela que tiene entre las manos, la tentación de inmiscuirse en esa historia, de introducir variantes, agregados, de acuerdo a sus deseos y pulsiones más íntimos?", se preguntaba hace años Mario Vargas Llosa. De la Rosa sentía este mismo escozor y siguió el consejo de Oscar Wilde: "la mejor manera de vencer una tentación es caer en ella". El escritor sevillano acaba de publicar Memorias de Cortadillo en la colección juvenil de la editorial Alfaguara. El hilo conductor de la obra es sencillo. Tras la muerte de Cervantes, Diego Cortado -el hombre en que se convirtió Cortadillo- evoca al autor del Quijote, al que conoció en aquella deslumbrante Sevilla del siglo XVI. "Es una idea que venía acariciando desde hace años. En Las campanas de Antoñita Cincodedos, una novela publicada en 1986, ensayé el personaje de una prostituta que tiene la misma edad que las campanas de la Giralda y que conoce a un tal Miguel. Que es Cervantes. Ésa sería la preescritura de Memorias de Cortadillo", dice De la Rosa. ¿Cómo era ese emporio comercial que canalizaba el comercio con América y reunía auténticas cofradías de delincuentes con jefezuelos como Monipodio? "El olor genuino y primitivo de esa Sevilla quizás no lo podamos sentir; pero hay textos para poder darnos cuenta de lo que era la Sevilla cervantina, la Babilonia del Sur, que acogía y sobrecogía a tanta gente. Era una ciudad de riqueza y pobreza, de brutales contrastes", señala el escritor, que pertenece a ese grupo de excelentes narradores andaluces que encabezaron en los años sesenta José Manuel Caballero Bonald y Alfonso Grosso. Sevilla era algo semejante a la actual Nueva York. "Sevilla era una gran metrópoli. Y tenía esos mismos contrastes de riqueza y pobreza que Nueva York, donde a unos metros de la joyería de Desayuno con diamantes hay alguien que busca entre la basura para poder comer", indica De la Rosa. Cualquiera que conozca la ciudad se sentirá atraído por una novela que cuenta cosas como ésta: "Bien vestido de abrigo iba yo como falso caballero, cuando pasada la Alfalfa, vi mucho personal festivo y bullanguero y al pegar la oreja, supe que se dirigían a la plaza de San Francisco, donde había jornada y celebración de cuchillo y carne fresca, o sea, un acto de justicia mayor de la Santa Inquisición". Las víctimas que van a ser ajusticiadas entre el entusiasmo del público son "un mozarrón mulato" y una mujer. "La pareja había sido sorprendida en adulterio, siendo ella casada con un tabernero de Triana de nombre Silvestre Pérez o Angulo, que los pilló haciendo la fornicación en la propia cama del matrimonio, siendo detenida la pareja por la mucha frecuencia con que realizaban el acto pecaminoso y por los gritos que ella profería durante el trance, que llegaban a los oídos de los vecinos, que se lo dijeron al marido, entrando éste en la alcoba con una tranca, sorprendiendo a los dos unidos con tanto ardor y afán que, aunque muchos palos le pegó al mulato en las desnudas espaldas, el hombre no se separó de la mujer hasta que terminó el desahogo", relata la novela. Es un lenguaje directo y fresco. De la Rosa confiesa la agradable sorpresa de "bastantes llamadas telefónicas de estudiantes y profesores que se han leído la novela de un tirón".

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