Abogados de sí mismos en el paraíso de los litigios
Muchos letrado de Estados Unidos erigidos en un auténtico grupo de presión, escandalizan al país por sus minutas y sus falta de escrúpulos
Hace poco tiempo, en una guardería de Estados Unidos, la profesora preguntó a los niños a qué se dedicaban sus padres. En la clase estaba Malcolm Ford, el hijo más pequeño de la gran estrella del cine Harrison Ford. Cuando Malcolm sea mayor sabrá que su respuesta a aquella pregunta circula por las facultades de Derecho: "Mi papá es actor", dijo Malcolm. "En las películas suele ser el bueno, pero a veces hace de abogado". El ejercicio de la abogacía le ha dado a este país los argumentos de un género literario y cinematográfico, pero también lleva al ridículo con demasiada frecuencia a un sistema judicial en el que los abogados empiezan a sentarse en el banquillo porque son demandados por sus propios clientes.Ocurre con la Guerra del Tabaco: varios estados han llevado a los tribunales a los abogados que lograron el acuerdo con los fabricantes de cigarrillos. Esta industria va a pagar 206.000 millones de dólares (unos 30 billones de pesetas, la tercera parte del PIB de España) para cubrir los gastos médicos provocados por el consumo de cigarrillos.
Los gobernadores estaban encantados con el acuerdo hasta que llegó la minuta: el 33% de la indemnización conseguida. En el caso de Tejas, los abogados facturaban 14 millones de pesetas por cada hora de trabajo. En total, 850.000 millones de pesetas para cada uno de ellos.
Estados Unidos cuenta con la mayor proporción de abogados por habitante, y de hecho en este país trabajan más de la mitad de los abogados de todo el mundo. Si es aquí donde la abogacía tiene la sucursal más próspera, es en Washington donde ser letrado es más una obligación que una profesión. Es en la capital donde están los tribunales en los que se dirimen demandas federales; es en la capital donde nació y donde mejor se ejerce el arte del lobby; y es en la capital donde se creó la división que separa a los abogados en dos categorías: los que conocen las leyes y los que conocen al juez.
Mentira y avaricia
"Ayer hacía tanto frío que incluso vi a un abogado con las manos metidas en sus propios bolsillos", decía una viñeta publicada recientemente en un periódico de Washington. Ser abogado en esta ciudad o en cualquier otra del país exige aceptar los dos estigmas que marcan la profesión: la mentira y la avaricia.La comunidad hispana de Washington, cada vez más numerosa y más poderosa, conoce perfectamente al abogado Paul Samakow porque se anuncia de forma machacona en la cadena Univisión, que hace honor a su nombre: según los índices de audiencia es la única que sintonizan los hispanos. Samakow aparece trajeado en unos anuncios que recuerdan a los de salones de bodas, banquetes y bautizos que hace dos décadas precedían a las películas en los cines españoles de barrio. Samakow es famoso, y los hispanos le paran por la calle. En su anuncio, mirando a la cámara con sonrisa de pega, dice en pseudocastellano: "Quiero ser su abogado, porque las compañías de seguros no son sus amigas". Especialista en demandas de tráfico. Especialista en defender a hispanos "porque tienen problemas con el idioma". Cuando EL PAÍS llama a Paul Samakow, su secretaria matiza: "La entrevista ha de ser en inglés porque el señor Samakow no habla español".
La anécdota no descubre nada, porque en esta profesión, en EE UU, todo vale. A Samakow tampoco le da ningún rubor hablar de dinero (algo que, dicho sea de paso, es un deporte nacional): "En este negocio el valor de tu trabajo depende de cuánto dinero ganes para tu cliente, y cuanto más, mejor", dice el abogado. "Cuando consigues 5.000 dólares, has ganado; cuando consigues 10.000, has triunfado".
Su precio: la tercera parte de la indemnización que logre para su cliente. Sólo cobra si gana el caso; el cliente nunca paga, sino que reparte. "Si alguien sufre un accidente muy grave, yo lloro por él", dice Samakow. "Cuanto más grave sea el accidente, mayor compensación económica podemos pedir; cuanto mayor sea el daño más dinero pedimos y más consigo yo", dice este letrado que parece tener entre sus ídolos al personaje de Walter Matthau en la clásica En Bandeja de Plata (obligaba a su cuñado, Jack Lemmon, a fingir unas lesiones para cobrar una indemnización).
Otro estilo
José Pertierra sí que habla español: es un abogado de origen hispano que trabaja en Washington en casos sobre derechos humanos. Su concepto de la profesión es muy distinto al de Samakow: "Muchos comercializan su trabajo de forma burda y desprestigian la profesión", dice Pertierra, a quien nunca se le ocurriría anunciarse en televisión: "Esos anuncios presentan a los abogados como auténticos payasos". Son las dos caras de un oficio que proporciona paradojas, escándalos, incoherencias y, sobre todo, dinero, mucho dinero. Juristas de prestigio tratan elevar la reputación de su trabajo mientras leguleyos de poca monta buscan huecos en las leyes para hacer medrar su cuenta corriente.Hace unos días la compañía Chrysler fue condenada a pagar 9.000 millones de pesetas porque el airbag que salvó la vida a una conductora también le causó pequeñas quemaduras en las manos, de las que sanó en pocos días. El abogado de la compañía fabricante de automóviles se quejaba en el tribunal de este contrasentido: "Declararnos culpables en este caso es como decir que un fabricante de chalecos anti-balas es culpable de un pequeño arañazo en el pecho de una persona a la que ha salvado la vida". Y el abogado se lamentaba en la puerta del tribunal: "Esto es el resultado de un sistema legal que se nos ha escapado de las manos".
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