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El arte de la cerámica

JOSE LUIS MERINO Veinte años han transcurrido desde que Ángel Garraza hiciera su primera exposición. En aquella ocasión se presentó como escultor. Al poco tiempo se adentró en el mundo de la cerámica, aunque sin dejar nunca de ser escultor. En esas dos décadas ha realizado una treintena de exposiciones individuales y casi un centenar de exposiciones de orden colectivo. Sus obras han viajado por múltiples países, Italia, Francia,Alemania, Japón, Corea, Taiwan, Finlandia, Escocia, México, entre otros. En estos momentos Ángel Garraza muestra sus últimos trabajos cerámicos en la galería Amasté, de Bilbao. Por ser poco frecuentes las exposiciones de cerámica, tal vez conviene advertir al aficionado al arte sobre qué pasos previos deambula este artista. Digamos que al final de todo las obras creadas van a parar al horno para que el barro sea quemado y salga el producto final. Siendo muy importante el dominio de las cocciones, tanto más es la solución y el manejo creativo de las formas. Y el resultado espléndido de esta exposición se debe a lo que Garraza tiene de escultor. Algunos de sus trabajos parten de formas conocidas. Unos sombreros, unas argollas, unas banquetas... Sin embargo, hay algo que no acaba por identificar qué sean esos objetos concretos. Unas leves modificaciones acaban por dotarles de una suerte de ambigüedad que raya en lo misterioso, atrabiliario y no poco extraño. Y te das cuenta de que la atracción de esos objetos, convertidos en obras de arte, reside en esa ambigüedad.Esas formas duales se ven forzadas a juntarse, en una especie de apareamiento. Quiere decir que el autor provoca una fusión que termine por añadir una mayor dosis de ambigüedad. Unas palabras en boca de Lezama Lima darían en la diana de las intenciones de Garraza: "Sabemos que la única certeza se engendra en lo que nos rebasa". Por la espectacularidad de la obra es preciso reseñar lo mostrado en una de las paredes. Se titula Nocturno. Consta de 62 piezas. Cada una de ellas está formada por un soporte cilíndrico y dos objetos que parecen dos tinajas sumerias, estilizadas, macizas, sin hueco. El cilindro hecho con cocción de leña y los dos objetos cocidos sobre atmósfera limpia. Los objetos pequeños han quedado fijos, fusionados, a través de unos toques de esmalte, al tiempo que se han buscado 62 variaciones que dan al todo una vivísima riqueza visual. La pared recuerda a la novela de Julio Cortázar, titulada 62. Modelo para armar. Todas las piezas mostradas poseen un interés evidente. Y nada digamos del boceto que corresponde al Premio de Escultura Pública para el paseo de Abandoibarra, que ganó el artista por méritos propios. Dos formas sugeridas por la cultura pastoril, dos kaikus o cuencos, en este caso completamente macizos, van colocados uno de pie y otro inclinado. También van contactados entre sí levemente. Al ir sobre una base, que será de vidrio, de forma alabeada, las dos formas muestran unos sutiles ritmos sinuosos, provocados por el pandeo de la base. En el original, esos dos cuencos tendrán una altura de cinco metros. Promete mucho este conjunto cerámico. Contadas las particularidades de las formas, al final las obras creadas pasan al horno. Ahí el artista gradúa las cocciones. Los colores negros intensos los consigue con las cocciones a leña. Los colores más claros a tenor de una atmósfera limpia. La variedad de colores la obtiene con la utilización de óxidos colorantes. Es importante el conocimiento del oficio de ceramista para saber parar a tiempo las piezas que han entrado en el horno. Tener un control máximo de lo creado, pero sabiendo que en el proceso de cocción siempre existe un componente de azar. Garraza ha dotado a la cerámica de un respeto muy elogiable. Su exposición es su mayor aval.

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